Cero falta
Fecha: 07/11/2018,
Categorías:
Masturbación
Autor: axel, Fuente: CuentoRelatos
Yo, un verdadero calentón al extremo ardiente y dueño de una soberbia vergota y unos huevones enormes por demás cargados de leche siempre, me dije:
—A esta despampanante piernuda hermosa, me la voy a rellenar de pija y leche ¡y la voy a tener para divertirme con ella!
Pero ella, decía cosas parecidas:
—Le llegó la hora a este cerdo, de tener que entregarse resignado a mí, para que lo viva ordeñando como a un tambo, y a tener que lamer mis pies ¡y dejarse montar como un caballo siempre por mí!
En dos bandos de chicos y chicas se había jocosamente dividido el colegio para seguir con erótica atención las instancias de aquel insólito desafío, y todos los preliminares de aquella competencia escritora, en la cual una profesora cómplice a tal cuestión, nos haría el dictado que deberíamos ella y yo simultáneamente redactar, sería luego corregido, y se vería quién vencía, y quién, debería "pagar, por ende, la apuesta".
Como ya dije, era yo un estupendo estudiante orgulloso de mis buenísimos resultados en las cuestiones de la ortografía, pero mi hermosa amiga también lo era, y entre los dos existía esa continua pugna de querer ser cada uno, el mejor al respecto.
Ella, una verdadera muchacha lujuriosa a extremos insólitos, vivía fantaseando con la idea de tener a un chico "para sus usos y abusos”, y todas sus amigas reían festejándole esos deseos.
Yo, un calentón como al comienzo explicaba, al plantearse aquella prueba entre los dos, no vi oportunidad mejor, para ...
... aprovecharla apoyando la propuesta tan insólita como zafada, que había así sido planteada... ¡por la propia profesora de lenguas!
Por fin ¡llega el gran día! Ella y yo vamos hasta el salón de biblioteca en donde la cochina y hermosa profe nos esperaba con el texto que iría a dictarnos para que lo redactásemos, y la expectativa general, era como una final del mundo allí.
Alguien iría a ganar salvo un empate y el hecho de tener que aceptar el resultado fuese cual fuese, le daba a la cuestión aquel saborcillo vicioso de esa lujuriosidad por demás cochina que la apuesta implicaba.
Y sin más herramientas permitidas que el teclado y el monitor para cada uno, y la profe atentamente vigilándonos al hacernos el dictado, aquella competencia ¡comenzó!
Nos mirábamos de reojo ella y yo riéndonos con maliciosa lujuria amenazante, y yo la imaginaba ya, presa en mis deseos ¡de divertirme morbosamente con su despampanante cuerpazo de diosa! Ella, obviamente, tenía también sus pensamientos acerca de mí.
¡Horas llevó aquel dictado! ¡un texto de más de siete mil palabras, no podía obrar un empate!
Finalizado, todos allí en tensión más que expectante, nos dispusimos a presenciar en el gran monitor central de la pared, la verificación de cada redacción que la profe con máxima transparencia, iba allí junto a todos mirando, así contemplando para detectar la mínima falta.
Aquella redacción transcurría y transcurría, y en ninguno de ambos trabajos, se detectaba falta alguna... la ...