1. No logré que te vinieras


    Fecha: 04/01/2019, Categorías: Gays Autor: cifrada regalo, Fuente: CuentoRelatos

    ... sobarle sus cositas (ella es bastante menuda) porque realmente no buscaba entretenerla ni alcanzarla en el placer. Cuando ella terminó de tratarme cual muñeco de consuelo hecho de plástico, tomando incluso a veces los dedos de mis inactivas manos para masturbarse como ajena a mi presencia, se hizo en pie de un movimiento, se vistió los pantalones y no quiso conversar o dirigirme la palabra. Y yo, queriendo deshacerme de la suciedad ajena, me levanté para vestirme y retirarme sin acaso despedirme, porque me urgía tomar un baño.
    
    Logré eludirla por algún tiempo. El proyecto de aquel día posiblemente fue terminado por mi amiga, porque no recibió una mala calificación. Por las noches no importaba que ya hubiera restregado tantas veces ni mis pelos ni mi piel, porque permanecía con la ingrata sensación de que lo sucio se apoderaba de mí. Cuando de repente sentía el apremio de la excitación y deseaba masturbarme, o no lograba correrme o me corría sin placer. Esa imagen de ella desquitando a su manera su calor e impropiedad de tanto en tanto me invadía sin poder comprender las razones de una actividad que se suponía generarme más deleite y no escozor. Por algunos días las lágrimas venían de súbito y sin motivo, durante las actividades en que menos lo esperaba, ya fuera en la cafetería, o porque mi vecino me diera los buenos días, o de que el profesor me hiciera una pregunta respecto a la clase anterior, teniendo que echarme casi a correr al baño para ocultar tan vergonzosa e ...
    ... incomprensible situación.
    
    Dejé de contestar las llamadas telefónicas de quienquiera que fuera. Mis padres no prestaban demasiada atención a todos los efectos secundarios de tener una amiga que podía tomarme como amigo, como objeto, o como nada. Y fue por el verano de ese fin de semestre cuando me topé con ella por la tarde, mientras caminaba en los pasillos de un centro comercial que frecuentábamos. Hubiera querido evitarla, no saber nunca nada más de ella, pero nos encontramos tan de frente que no tuve escapatoria para cuando me dijo «¡Espera!» y entonces me invitó a tomar un helado, el cual acepté a regañadientes. Anduvimos lentamente, recorriendo uno a uno los aparadores de las tiendas, sin decirnos mucho sino apenas lo indispensable, es decir, que no me había visto, que porqué la evitaba, que yo no la evitaba y que más bien me encontraba ocupado. Decidió finalmente y tras un silencio poco menos que sepulcral invitarme a tomar un café. Quise decir que no, pero no encontraba las palabras para negarme y tuve que sucumbir ante la oferta.
    
    -¿Que quieren tomar?
    
    -Un espresso.
    
    -Un americano.
    
    No suelo agregar azúcar al café, mucho menos al espresso. Me concentré en el sabor, sorbiendo de la pequeña taza que la mesera colocó frente a mis ojos. Mi amiga parecía un poco fastidiada de no conseguir nada más, es decir, que no tuviera la usual condescendencia hacia ella, ni que la reprendiera o recriminara por lo ocurrido en su departamento. Yo continuaba disfrutando de mi café, ...