1. Placeres


    Fecha: 14/01/2019, Categorías: Masturbación Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Estella era una de esas mujeres que impactan por su sencillez. Pasa desapercibida si la ves por primera vez, pero cuando de repente te percatas de su existencia no te la podrás sacar de la mente pues tiene un no sé qué, que perturba hasta al más puro de los monjes. Estella tiene 24 años, es de 1,70 cm, piel blanca, caderas perfectamente torneadas y senos pequeños y firmes; toda su vida fue criada entre monjas, su madre era una prostituta que la abandono en el portal del convento de las franciscanas cuando ella tenía tres años.
    
    Su madre era una mujer de caderas exageradamente anchas y culo enormemente parado, sin llegar a la gordura patológica. Gustaba, por aquello de su oficio, de vestir atuendos cortos y semi-trasparentes, con escotes que dejaban ver la mitad de sus grandes pechos de los cuales sobresalían puntiagudos, gruesos y siempre parados pezones. Carmen, que era como se llamaba, era una mujer imponente, y a pesar de tener una cualidades corporales más que suficientes, la naturaleza había permitido que cada centímetro de su cuerpo encajara armónicamente con el entorno. Carmen se daba el lujo de no tener que salir a la calle a ofrecer su cuerpo, pues los hombres y "mujeres" peleaban una por tener una noche con sus saberes sexuales, pues ella era una maquina insaciable de placer y lo mejor de su oficio es que lo disfrutaba plenamente.
    
    Aquel sábado Carmen se despertó alas 6:30am como era su costumbre, pero esa mañana tenía en el pecho un calor que hace tiempo no ...
    ... sentía, era como si el placer le entrara por los cada uno de los poros de su piel. Acostumbrada a dormir siempre desnuda, sus manos empezaron a juguetear con sus pezones, que poco a poco se colocaban más y más duros y erguidos, su respiración lenta y rítmica fue acelerando. Carmen sentía cómo su cuerpo se calentaba a cada instante y no aguantando más despojó aquellas satinadas sabanas que cubrían su cuerpo y abriendo sus piernas al máximo dejó deslizar una de sus manos a aquel infierno de chocha. Al sólo roce con sus dedos sintió un enorme calor que recorrió su cabeza haciendo que babeara. Era una visión imponente, aquella vagina totalmente rasurada, de labios gruesos color rosa y un clítoris que parecía un pequeño pene. Hábilmente separó los gruesos (y no por ello delicados) labios vaginales empleando el dedo con que habitualmente destinamos para señalar y aquel que está antes del dedo menor; con el dedo del centro realizaba movimientos de arriba a bajo. Lentamente su dedo subía y bajaba por aquel clítoris hinchado y colorado, sus gemidos aumentaron al apretar frenéticamente uno de sus senos como queriendo exprimirlos y sacar leche, y efectivamente eso logró, pues por aquel inmenso pezón salió unas gotas de liquido lechoso que ella al instante empezó a lamer, de su vagina comenzó a brotar como si fuera un río, cantidades del más espeso jugo vaginal, su respiración se aceleró y sus gemido eran más fuertes a cada caricia. Carmen abrió las piernas como sólo sabe hacerlo la mejor ...
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