Soy una puta
Fecha: 14/01/2019,
Categorías:
Dominación / BDSM
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... próximos al propio hotel y así se lo dije, el me indico que lo entendía y que estaba dispuesto a pagarme las molestias redondeando el precio hasta 100.000. me pidió un momento para sacar el dinero del cajero automático que estaba en el vestíbulo del propio hotel y al poco tiempo le tenia de regreso con un sobre que me entrego, como no me gusta andar por la calle con tanto dinero encima, nunca se sabe, le entregue el sobre a Paco, el recepcionista de noche, que me lo guardo en mi caja de seguridad del hotel tras darme el recibo correspondiente. Paco es un buen chico, quizá tendría que llamarle chica, muy honrado, nunca he tenido un solo problema con él.
Bajamos al Parking del hotel donde tenia su coche, desgraciadamente con las nuevas matriculas es imposible de saber de donde es coche pero me grabe la matricula en la cabeza, de poco me serviría pero son manías que coges con el paso del tiempo. El coche, un precioso Porche 911 Targa de color gris metalizado, parecía volar bajo por la Castellana y después por la carretera de Burgos hasta llegar a la Moraleja, en el camino poso su mano en mi pierna como por descuido y comenzó lo que debería haberme puesto sobre aviso.
Introdujo la mano bajo mi falda hasta llegar a las bragas, como siempre llevaba medias, de las de verdad no pantis, con un bonito liguero a juego con el sujetador negro.
¿Te importa quitártelas?, me da mucho morbo saber que no las llevas. – me dijo sin cambiar la entonación de voz –
No, en absoluto. – ...
... respondí mientras me las sacaba haciendo algunas acrobacias en el asiento del coche-
Una vez quitadas, las mantuve un momento en la mano sin saber exactamente que hacer con ellas, hasta que él alargo su mano y las tomo, abrió su ventanilla y sin mirar las lanzo fuera del coche. Me quede cortada sin saber que hacer, no es que no hubiera pagado para poder tirar las bragas, las había pagado y bastante bien, pero es que me resultaría difícil encontrar unas que fueran bien al resto del conjunto de ropa interior que llevaba puesto, pero preferí callar.
Una vez en la Moraleja, perdí mi sentido de la orientación como es bastante habitual y tras conducir durante unos 20 minutos por varias calles de las que en la noche no puede ver sus nombres, se detuvo frente a una cancela de hierro forjado, abriendo la ventanilla saco la mano para apretar el botón de un vídeo portero.
El señor Manuel Lebrija, por favor.
¿A quien tengo que anunciar? – le respondieron –
Carlos Córdoba, me espera.
Si señor, pase por favor.
Las puertas se abrieron, como en las películas y Carlos comenzó a conducir su Porche por una avenida flanqueada de arboles que no permitían ver gran cosa excepto la propia avenida. Detuvo el coche frente a la entrada de la casa, muy modesta en comparación con el parque que acabamos de pasar. Descendió del coche y tras abrirme la puerta me ofreció su brazo para dirigirnos a la casa.
Todo lo modesta que era la casa por fuera se trasformo en un palacio al entrar en ...