1. Ay, profe, ¡me haces igual que mi papá…!


    Fecha: 12/08/2017, Categorías: Hetero Autor: Stregoika, Fuente: SexoSinTabues

    ... su reacción fue tan favorable, de ahí en adelante nos abrazábamos mucho. Ya no había barrera en el contacto físico. Me encantaba sacarla de clases y llevármela al laboratorio a que me ayudara con cualquier cosa. Muchas veces, el pretexto era la calificación de las evaluaciones de sus compañeros y subir las notas al sistema, lo cual le encantaba. Y a mí también, porque, las primeras veces la sentaba muy pegadita a mí para echarle mano, y las últimas veces la sentaba encima de mí. Ella siempre hacía su trabajo mientras yo la manoseaba. Pero un día me sentí que la fase de solo tocar ya estaba poniéndose larga, y que tenía que hundir el acelerador. Bendita profesión la mía. Solo se le comparan otros profesores, de otras áreas, especialmente los de deportes, música y danzas. En los colegios decentemente diseñados arquitectónicamente para ser tales, los laboratorios de biología y química, están aislados del resto de edificios del campus, por cuestión de seguridad, por la emisión de contaminantes. Los de música y danzas también, por el ruido. Y los almacenes de material deportivo siempre son de acceso exclusivo del profesor de educación física. Por eso, los laboratorios de bioquímica, los pisos de danza, los salones de ensayos y las bodegas deportivas, son santuarios para el sexo prohibido. Suspiro al recordar mi laboratorio y todos los culos que probé allí. Bastaba con programar una práctica con luminol o con cualquier reactivo fotolábil para hacer oscurecer el laboratorio, y ...
    ... tener la debida privacidad. Así que, ese maravilloso día, los ventanales del laboratorio estaban cegados por las persianas que la gentil junta de padres mandó comprar, pues se habían cansado de ver bolsas de basura pegadas con cinta adhesiva. Yo no podía quejarme de nada. - me quedan perfectos – sonrió Luisita. Se había quitado las medias y había subido cada pie en una de las butacas altas del laboratorio y se había probado las sandalias. Cuando cambió de pie, se levantó el faldón, queriendo visualizarse en short. Yo ya estaba como un cañón de la segunda guerra, y las pulsaciones me empezaban en el perineo y me subían amplificadas al corazón. Luisa se contoneaba, se miraba a sí misma, primero por la derecha, luego por la izquierda, con el faldón subido. Que piernas mamasita, ¡que blancura! Cuando ella se dio la vuelta, no resistí más. Se hincó para recargarse sobre el mesón y volteó a verme. Levantó un pie. Con la otra mano seguía recogiéndose la jardinera, que estaba hecha un moño gigante sobre aquello que yo más quería de ella: su cola. - ¡me gustaron mucho, profe! Yo aparté la butaca que se interponía, y me arrodillé tras ella. Puse mis manos en sus tobillos y las deslicé hasta la parte alta de sus muslos. Qué piel tan hipnóticamente lisa. Luisa aspiró una bocanada de aire y dejó caer la falda. Pero ya era demasiado tarde. Para detenerme, tendría que haber entrado alguien y asesinarme, después de pelear. Además, la caída de la falda solo me excitó más, ya que arrojó sobre mi ...
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