1. Seducida por el verdulero (3)


    Fecha: 15/09/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Alma Carrizo, Fuente: CuentoRelatos

    Esa noche no pasó mucho más, Alma ayudó a Angela y la llevó a su casa y a sus amigas igual…
    
    La mañana siguiente amaneció gris y cargada de nubes. Alma se levantó con resaca moral y física. Se dio una ducha fría, intentando enfriar la memoria del roce de José contra su cuerpo, de cómo casi se lo había comido vivo en aquel rincón.
    
    Cuando llegó el momento de partir, la tormenta cayó como un diluvio. El viento azotaba los árboles del pueblo y la ruta quedó cortada. No había forma de volver a casa.
    
    —Amor, no voy a poder volver —dijo Alma por teléfono a su marido—. Es un temporal de mierda, mañana salgo temprano.
    
    —Bueno, quedate tranquila —respondió él con voz adormilada—. Descansá.
    
    Hablaron un rato más, casi con rutina, y al cortar, Alma sintió un cosquilleo incómodo de libertad mezclado con culpa. Como si el destino le hubiese puesto una excusa perfecta para quedarse… y para ceder.
    
    Cuando cayó la noche, Ángela apareció en la habitación con el teléfono en la mano y una sonrisa cómplice.
    
    —¿Te animás a que pasemos la noche con compañía? —preguntó, haciéndose la inocente.
    
    —¿Compañía? ¿De quién hablás?
    
    —De mi amante… y de José —respondió Ángela—. Ya fue, Alma. Si te vas a quedar, divertite.
    
    Alma se mordió el labio. Una parte de ella quería decir que no, que era demasiado, que todo había ido muy lejos. Pero otra parte—la que despertaba cada vez que veía a José—tenía otras ideas.
    
    —Bueno… —cedió al final—. Pero solo para tomar algo.
    
    Cuando los dos ...
    ... hombres llegaron, la tormenta seguía cayendo a baldazos afuera. Traían botellas de vino y cerveza, y un aire de ansiedad contenida. Saludaron con normalidad, como si la noche anterior nunca hubiese existido. Al principio charlaron de cualquier cosa: de la lluvia, de anécdotas de juventud. Pero bajo la conversación trivial se sentía la tensión, creciendo como una corriente eléctrica.
    
    Después de un rato, Ángela puso música y encendió unas velas sobre la mesa. La luz cálida y el alcohol empezaron a ablandar todas las resistencias. Fue entonces cuando Ángela propuso el juego.
    
    —Podemos hacer algo… para no aburrirnos —dijo, con mirada pícara—. Giramos una botella. Si te toca, tirás una moneda. Cara, tomás un shot. Cruz… te sacás algo.
    
    —Estás loca —rio Alma, sintiendo un cosquilleo en la nuca.
    
    —Vamos, che… ¿Qué somos, quinceañeros asustados? —la pinchó Ángela.
    
    Los hombres se miraron entre sí y soltaron una carcajada nerviosa. Al final, uno a uno, aceptaron.
    
    Alma se sentó en la sala, con sus botas altas, su pantalón vaquero azul marino y la camisa blanca bajo la chaqueta marrón. Debajo llevaba un body de encaje rojo que no pensaba mostrar tan fácilmente… o eso creía.
    
    La botella giró. Al principio, la suerte estuvo de su lado: le tocó beber un shot tras otro. Reían cada vez que alguno tenía que quitarse algo—primero los zapatos, después la chaqueta, luego la camisa. A cada ronda, la atmósfera se cargaba más y más.
    
    Alma se fue quitando las botas. Luego el cinturón. ...
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