1. La primera vez


    Fecha: 29/09/2025, Categorías: Lesbianas Autor: DaddyLickMe, Fuente: TodoRelatos

    La habitación estaba en penumbra, iluminada apenas por la luz cálida que se filtraba desde el pasillo. Afuera, la noche parecía contener la respiración. Adentro, el silencio era suave, expectante.
    
    Ella estaba sentada en el borde de la cama, con las piernas juntas, las manos entrelazadas sobre el regazo. Su cuerpo era pequeño, casi frágil, como si aún no supiera que podía ser deseado. Tenía los hombros estrechos, la cintura delgada, los muslos tensos por la incomodidad. Su piel, clara y tersa, parecía recién descubierta. Y sus ojos, grandes, oscuros, me miraban con una mezcla de miedo y deseo.
    
    —¿Estás bien? —le pregunté, sin moverme.
    
    Asintió, pero no dijo nada. Bajó la mirada, como si no supiera dónde colocarla.
    
    —Podés decirme si querés parar —le dije, acercándome con calma.
    
    —No… no quiero parar —susurró, y su voz tembló como si fuera la primera vez que decía algo así.
    
    Me senté a su lado. No la toqué aún. Quería que sintiera que tenía espacio, que podía elegir.
    
    —Tu cuerpo es hermoso —le dije, sin apuro.
    
    Ella se rió, nerviosa.
    
    —No como el tuyo… yo soy… más chica.
    
    —Sí, sos más chica. Pero eso no te hace menos deseable.
    
    La miré con atención. Su pecho era pequeño, apenas una curva bajo la tela. Su cuello largo, tenso. Sus manos, inquietas.
    
    —¿Puedo tocarte? —pregunté.
    
    Ella asintió, sin levantar la vista.
    
    Deslicé la mano por su brazo, lento, hasta su muñeca. Su piel era suave, cálida. La llevé hacia mí, y la abracé con los dedos. No hubo ...
    ... resistencia. Solo un suspiro.
    
    —No sé qué hacer —dijo, apenas audible.
    
    —No tenés que saber. Solo sentir.
    
    Me incliné y la besé en la mejilla. Luego en el cuello. Su respiración se volvió más rápida. La llevé hacia la cama, la recosté con cuidado. Me quité la blusa, dejando que viera mis curvas, mis pechos llenos, mi vientre más ancho.
    
    Ella me miró como si no supiera si podía tocar.
    
    —¿Puedo? —preguntó.
    
    —Claro que sí.
    
    Sus manos se acercaron a mi cintura, temblorosas. Me recorrió como quien explora un paisaje nuevo. Tocó mis caderas, mis costados, y luego se detuvo en mis pechos. No los acarició como quien reconoce. Los exploró. Los sostuvo con ambas manos, como si quisiera saber cómo se sienten, cómo se habitan.
    
    —Son tan… grandes —dijo, con una mezcla de asombro y deseo.
    
    —Y son tuyos esta noche —le respondí, con una sonrisa.
    
    Me incliné sobre ella, y comencé a besarla. Su boca se abrió con torpeza, pero con hambre. Mis manos bajaron por su cuerpo, deslizándose por su vientre, sus muslos. Ella se arqueó, se ofreció. Cuando llegué a su centro, se tensó.
    
    —¿Está bien? —pregunté.
    
    —Sí… solo… nunca nadie me tocó ahí.
    
    La besé en el cuello, y luego bajé. Mi boca se posó sobre su piel, y ella se estremeció. Su olor era suave, íntimo. Su sabor, cálido, tímido. La lamí con cuidado, y su cuerpo respondió. Se movía como si no supiera cómo, pero necesitara hacerlo. Sus manos me buscaban, me agarraban, me pedían sin palabras.
    
    Nos frotamos. Nos encontramos. Y ...
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