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Martín el camionero y un chico al que desvirgar
Fecha: 13/10/2025, Categorías: Gays Autor: AntonioSPA, Fuente: TodoRelatos
La noche anterior había sido un vendaval de deseo inapropiado y sus consecuencias, un cruce de caminos entre lo prohibido y lo inevitable. Martín, ese gigante camionero de cuarenta y dos años, aún saboreaba, como si lo llevara pegado al paladar, el sabor inconfundible de la juventud de Andrés: su boca húmeda, sus labios carnosos, esa lengua torpe pero entusiasta que se le había entregado sin reservas al despedirse. Aquel chico —el hijo adolescente del matrimonio que había recogido en mitad de una carretera polvorienta— cruzó una línea sin mirar atrás, y Martín, curtido en mil noches de soledad, lo había recibido con una mezcla de lujuria y paciencia felina. Andrés lo deseaba, eso estaba claro. Y lo mejor de todo: aún no lo sabía del todo. No había comprendido la dimensión de su propia hambre. “La Vereda”, el motel en donde Andrés se había alojado junto a su familia, se alzaba como una herida abierta junto a la carretera nacional: un letrero iluminado que parpadeaba con desesperación, unas paredes desconchadas por el tiempo y la humedad, y un silencio sucio que se respiraba entre colchones vencidos y radios que chisporroteaban en emisoras muertas. En una de esas habitaciones compartía Andrés el encierro con sus padres y su hermana mayor. El aire estaba viciado, caliente, denso como una sopa agria. El ventilador del techo giraba con un quejido rítmico, pero no aliviaba nada. Andrés no dormía. No podía. Tenía la mente atrincherada en lo que había pasado unas horas antes, ...
... en la cabina del tráiler, cuando sus labios se encontraron con algo que no era su inocencia, sino su despertar. El recuerdo de aquella polla gruesa y dura, de las manos callosas del camionero raspándole las mejillas mientras la lamía como si buscara respuestas, lo tenía poseído. Martín no había sido dulce. No era de esos. Pero había tenido una extraña ternura animal en la forma de sostenerle la cabeza con ambas manos, de dejarle espacio para respirar y luego invadirlo de nuevo con todo el peso de su virilidad. Andrés sabía que lo ocurrido esa noche no podía terminar allí. No podía dejarlo en una fantasía a medio hacer. Necesitaba más. Lo necesitaba a él. Se levantó sin hacer ruido, esquivando los crujidos del suelo, cuidando que su hermana no se removiera. Se puso las zapatillas desgastadas tras vestirse, sigiloso, y se escabulló como un ladrón. La madrugada lo recibió con un frescor casi salvaje en comparación con el calor de aquella habitación sin aire acondicionado. Las farolas escupían luz naranja sobre las aceras sucias y el silencio era tan espeso que el crujido de la grava bajo sus pies sonaba como una alarma. Pero Andrés no se detuvo. Caminaba con paso rápido, decidido, los brazos pegados al cuerpo, las manos temblorosas. Tenía el pulso desbocado. Cada zancada lo llevaba más lejos del niño que había sido y más cerca de algo que aún no sabía nombrar, pero que reconocía por el fuego que le nacía entre las piernas. El descampado en donde Martin había estacionado ...