El Jardinero Final - Relatos Eróticos

El Jardinero Final

Anne había cambiado. Desde sus encuentros con Sir William y Michael, su vida cotidiana se había vuelto un remolino de emociones intensas, pensamientos contradictorios y una anticipación constante que le quemaba la piel. Todo a su alrededor parecía haber adquirido un nuevo significado. Las tardes tranquilas en su jardín ya no eran suficientes para apaciguar el tumulto en su interior. Ya no podía simplemente sentarse a leer un libro o pasear por los terrenos de su casa sin sentir una vibración constante de deseo, una tensión latente que la mantenía siempre alerta.

Era como si una chispa se hubiera encendido en lo más profundo de su ser, una chispa que se negaba a apagarse, sin importar cuánto intentara ignorarla. Incluso en las tareas más cotidianas, como tomar el té con sus amigas o asistir a algún evento social, Anne sentía la presencia invisible de Sir William y Michael, acechando en los rincones más oscuros de su mente. Una palabra, una mirada, un gesto casual podía despertar en ella los recuerdos de aquellas experiencias, y entonces el calor regresaba, el mismo calor que había sentido en sus cuerpos dominantes, en su voluntad férrea que la había hecho rendirse por completo.

Aquella sumisión, esa entrega absoluta, había despertado en Anne algo que no sabía que existía. Antes de conocerlos, su vida había sido predecible y controlada. Su mundo estaba ordenado, seguro, estable. Pero ahora, nada parecía bastar. Los hombres que antes admiraba, que le parecían ...

... interesantes o atractivos, ahora se desdibujaban en comparación con Sir William, cuyo control la hacía estremecer, o con Michael, cuya intensidad ruda despertaba sus instintos más primitivos. Ninguno podía competir con lo que aquellos dos habían provocado en ella.

Cada mañana, Anne se levantaba con una sensación de nerviosismo. Esperaba, sin saber qué esperaba realmente. ¿Una carta? ¿Una llamada inesperada? ¿Un encuentro casual? Cualquier cosa que pudiera devolverla a esos momentos de éxtasis incontrolable. El simple sonido de pasos fuera de su puerta la hacía estremecerse, y se sorprendía a sí misma pensando que podría ser uno de ellos, aunque sabía que eso era poco probable.

Mientras pasaba los días, Anne sentía que su cuerpo ya no le pertenecía del todo. En lugar de ser dueña de sus deseos, se encontraba prisionera de ellos, incapaz de escapar de las imágenes que aparecían en su mente: Sir William inclinado sobre ella, susurrando en su oído mientras la sometía con su mirada fría y calculadora; o Michael, cuyos gestos rudos y dominantes la hacían sentir a la vez débil y poderosamente viva. Se estremecía al recordar cómo su cuerpo había respondido a sus órdenes, cómo había perdido el control, pero de alguna manera eso la había liberado de una manera que nunca imaginó.

Había algo intoxicante en vivir al borde del abismo, siempre esperando lo inesperado. ¿Volverían a buscarla? ¿La reclamarían de nuevo? Cada vez que escuchaba el crujido de la puerta o veía la figura de un hombre ...