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Antonio el camionero y la puta del coño insaciable
Fecha: 19/12/2025, Categorías: Sexo en Grupo Autor: AntonioSPA, Fuente: TodoRelatos
Antonio, con el cigarro colgando de la comisura de sus labios rodeados de barba, observó a Olivia estirarse desnuda en el colchón improvisado del remolque. La lámpara, que apenas proyectaba una luz amarillenta y sucia, dejaba sus curvas en penumbra, pero sus ojos, aunque semicerrados de anticipación, brillaban con una promesa salvaje. Era la misma Olivia que el camionero vio salir de un gloryhole con el pintalabios corrido y la expresión de éxtasis, la misma que se relamió los labios al ver el pollón negro de su amigo Oumar por primera vez o a la que le temblaron hasta las pestañas cuando su otro colega Martín se la tiró en su casa mientras ella le pedía que la partiera por la mitad con su rabo. Antonio la conocía. Joder si la conocía… No estaba allí por casualidad. Aquello era una intervención sexual. Un servicio de emergencia. Un “a ver si a ésta se le baja el demonio del coño por unas semanas, que ya no se puede más”. Porque Olivia, la muy condenada, llevaba meses desatada. Tenía el fuego metido entre las piernas y la cabeza llena de fantasías guarras que sacaba de sabe Dios qué sitios. Y claro, Antonio, que era un hombre de palabra y de polla generosa, se había dejado arrastrar encantado al principio. Pero claro, una cosa es un polvo mañanero o dos al día... y otra, que te despierten a las tres de la madrugada porque “ha soñado que le daban por todos lados y se ha quedado a medias”. A ese paso iba a acabar con los huevos más secos que la mojama, el lomo partido y ...
... la próstata como un garbanzo deshidratado. —Tienes que entenderlo, guapa —le había dicho Antonio esa misma mañana, mientras se abrochaba el pantalón y ella aún le sorbía el último resto de aliento entre jadeos—. Yo ya tengo una edad. No puedo andar sacando la lefa cada tres horas como si fuera una fuente de yogur helado. Me vas a dejar seco, niña. Y con lumbalgia. Pero claro, ella se reía. Se ponía a cuatro patas, le mordía el cuello, y le decía que se callara, que aún le quedaba mucho por ordeñar. Así que aquella noche, en un gesto tan altruista como desesperado, Antonio había orquestado lo que él mismo bautizó como "El Banquete". Un regalo. Un favor a la humanidad. Un “a ver si así se le calma el chocho de una puta vez”. Y qué cojones, también un descanso para su maltrecha cadera. Por eso estaban allí ahora. En el interior del remolque, con el colchón viejo que él había apañado con una colcha de cuadros y unas sábanas limpias, con la lámpara de garaje haciendo de luz ambiental y el fresquito de la noche entrando por la trampilla abierta. Olivia estirándose como una gata recién follada pero aún hambrienta, y Antonio con el cigarro al borde de la ceniza, sonriendo para sus adentros como el que está a punto de servir una tarta de cumpleaños explosiva. Su fulanita —porque así la llamaba él cuando se ponía bruto y ella se derretía— le había dicho a su maridín que pasaría la noche con unas amigas, en una especie de fiesta de pijamas para adultas, con risas, ...