Fernanda va al colegio
Fecha: 21/02/2019,
Categorías:
Masturbación
Autor: FernandaAbril, Fuente: CuentoRelatos
Hasta entonces sólo sentía emociones inocentes y me entretenía con ensoñaciones románticas, pero bruscamente, al ver una página porno, se despertó en mí una ansiedad que me transformó en una chica fácil.
No imaginaba el peligro que corre un chico sin educación sexual.
Mi lívido afloró desde mi pubertad por culpa de unos maliciosos quienes, con toda la mala leche de pervertirme, me mostraron una página pornográfica. Las fotografías mostraban a mujeres y hombres en distintas posiciones teniendo sexo. En mi vida hubiera imaginado esas posturas: penetraciones, felaciones, tríos, grupales, y gran variedad de imágenes obscenas. Esa experiencia trastocó mi mente y me dejó turbado por días, hasta que, de repente, se manifestó una fuerte identificación con las protagonistas de lo que vi. En mis fantasías me visualicé como ellas y me ensimismaba al imaginar aventuras con hombres.
Primero sufrí.
Mis compañeros siempre se divertían cuando, luego de la clase de deporte, nos bañábamos en el gimnasio. Al fin hombres, a cuál más presumían el tamaño de sus penes, comparando el propio con el de los otros. Y mi diminuto miembro fue el hazme reír de esos pícaros, por microscópico y casi oculto en el escroto. Les provocaba carcajadas y se referían a él como " tu verruguita", " tu frijolito" y otros términos despectivos.
-No se te alcanzó a formar el pito-. Me decía uno.
-A que no te lo encuentras cuando quieres miar-. Me decía otro. Y así seguían.
Eran una tortura para mí ...
... esos baños en grupo. En ocasiones para evitar burlas trataba de vestirme rápido y salir antes que ellos. Pero por la prisa, a veces me ponía los calzoncillos al revés. Peor para mí.
-Llevas la bragueta por atrás, menso-. Señalaba uno y venían las risas
-Es que así se mete el dedo más fácil-. Decía otro-.
Al no encajar en esa jauría de groseros y malhablados, me apartaba y me refugiaba en los libros o con otros chicos tranquilos, evitando los juegos bruscos. Mala idea. Porque hasta el profesor de deportes me lanzaba balonazos para obligarme a participar, y me gritaba autoritario: ¡Órale señorita, a jugar!
Pero como en los cuentos, apareció mi héroe: Daniel.
Un muchacho alto y delgado, con aire de roquero melenudo, salió a mi defensa.
Gallardamente desafió a mis verdugos y me protegió aún a costa de las insinuaciones maliciosas que le hacían, Fue mi consuelo y mi fijación y mi gratitud terminó en amor.
Me volví su inseparable. Mi cara se iluminaba al encontrarlo y temblaba de miedo, como mujer en peligro, cuando no llegaba.
Entrábamos juntos al salón y nos sentábamos juntos. Yo le resolvía sus tareas y le llevaba de casa sándwiches y refresco para que comiéramos los dos en el recreo. Al salir de clases nos íbamos juntos y él me cubría con su chamarra como un acto de pertenecerle. Peleó por mí muchas veces, y casi siempre ganó. Acostumbrado a las peleas callejeras de su barrio, molía con golpes rápidos y precisos a sus contrarios. Mientras mi hombre se batía ...