Ari: Prisionero de Mi Piel I
Fecha: 27/09/2025,
Categorías:
Transexuales
Tus Relatos
Autor: EntreLineas, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X
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Me llamo Arian, aunque todos los que me quieren de verdad me dicen Ari. Tengo 25 años y paso la mayor parte del tiempo en casa, trabajando como contador, escondido entre números rodeado de papeles y mi laptop que, a veces, se siente como la única compañía que me entiende y me da cierta paz.
Soy bajito, apenas un 1.50 cm, y peso 60 kilos. Pero mi cuerpo nunca se ajustó del todo a lo que se espera de un hombre: mi silueta es femenina: piernas torneadas, caderas generosas, mi trasero voluminoso; incluso tengo pequeños senos que se insinúan bajo la ropa y me hacen sonrojar cada vez que me los descubro en el espejo. Mi piel es blanca y suave, porque desde niño aprendí a cuidarla con cremas como si fuera mi tesoro secreto. Mis pies, pequeños reafirman mi femineidad con apenas 36, delicados, femeninos diría que son mi mayor atractivo… y cada detalle como ese me llena de una inocente contradicción.
Mi voz es tan fina y suave que, más de una vez, me han confundido con una señorita. Y aunque por dentro siempre he sentido esa voz femenina reclamando existir, yo no me considero gay. Para mí, no se trata de hombres ni de mujeres… yo simplemente creo que soy un hombre, aunque algo en mi interior me empuje a sentir y vivir como mujer. Y esa ambigüedad me asusta.
Soy tímido hasta lo ridículo: basta una mirada fija para hacerme bajar la cabeza y sonrojarme. Obedezco a todos sin chistar, como si temiera molestar al mundo con mi presencia. Nunca tuve ...
... una enamorada, jamás he besado. A veces me siento como un niño atrapado en el cuerpo de alguien que aparenta seguridad, pero que en realidad se quiebra con facilidad.
Esa inocencia me ha protegido, pero también me ha aislado. Porque todo lo que escondí, todo lo que nunca me atreví a confesar, salió a la luz una tarde cualquiera… por un descuido. Una cortina mal cerrada, un conjunto de lencería sobre mi piel, y unos ojos que me descubrieron. Ese instante lo cambió todo.
Mi historia comenzó mucho antes de aquel descuido. Yo era apenas un niño cuando mi padre decidió marcharse de casa. No tengo recuerdos claros de él; su rostro se desdibujó con el tiempo, como si se hubiera borrado de mi memoria para no dolerme tanto. Lo único que nunca olvidé fue la tristeza en los ojos de mi madre el día que nos dejó. Desde entonces, ella se convirtió en todo: madre, padre, guía y sostén. Trabajaba sin descanso para darme lo necesario, y yo, tímido y callado, la veía marchar cada mañana con un nudo en la garganta.
Siempre fui distinto a los demás niños. No era bueno para los juegos bruscos, me daba miedo él futbol, pero por el contrario era bueno en baile y gimnasia.
Me daba vergüenza mostrar mi cuerpo, y cualquier palabra fuerte era suficiente para hacerme llorar. Los otros chicos se burlaban, y yo bajaba la cabeza, incapaz de defenderme, con las mejillas encendidas de vergüenza. Me refugiaba en mis cuadernos, en los colores, en todo lo que me permitiera escapar de esa sensación de ...