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Don Chente I; El Viejo Mecánico
Fecha: 18/10/2025, Categorías: Sexo con Maduras Tus Relatos Autor: Jessi696, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X
Siempre he creído que la sensualidad se cuece a fuego lento. Ahora, con treinta y cinco años, me levanto los fines de semana, me visto con la lencería más fina que tengo y cocino para mí o para una cita ocasional. El olor de los ingredientes, la tela rozando mi piel... es un ritual que me conecta con quien fui. Todo comenzó, aunque no lo supiera entonces, con el sonido de un plato de loza estrellándose contra el suelo de cemento de un taller. Y con Don Vicente. En la casa de enfrente vivía él, un mecánico de unos cincuenta y cinco años, de piel clara y cuerpo fortalecido por el trabajo. Su vida era solitaria; su taller era su reino en la cochera, un lugar donde siempre estaba sin camisa, con un short viejo y sandalias, manchado de grasa y esfuerzo. Mi madre, agradecida porque nos prestaba herramientas, solía llevarle comida. Una relación de vecinos sencilla, hasta que un día ella me mandó a mí. Ese día está grabado a fuego en mi memoria. Llevaba mi uniforme del colegio: la falda azul marino que se ceñía a mis caderas y la blusa blanca, fina, que usaba bajo la polo. Al no obtener respuesta desde la entrada del taller, crucé el umbral, guiada por una mezcla de obligación y curiosidad. El aire olía a gasolina y metal. Una sombra se movió detrás de las lonas que hacían las veces de baño. Corrí la tela un centímetro, lo suficiente para que el vapor húmedo me diera en la cara. Allí estaba Don Vicente, de espaldas, con la toalla recorriendo su espalda musculosa. Cuando se ...
... giró, mi mirada no se dirigió a sus ojos, sino al miembro que colgaba, grueso y pesado, entre sus piernas. No era un 'pedazo de carne'; era una presencia imposible de ignorar, un secreto al descubierto. El estruendo del plato al hacerse añicos a mis pies me devolvió a la realidad. Salí corriendo, con el corazón martilleándome el pecho. Esa noche, después de bañarme, una electricidad desconocida recorrió mi piel. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a verlo. Mis dedos, casi por voluntad propia, encontraron un ritmo húmedo y urgente contra mi entrepierna, mientras mi imaginación me empujaba contra aquella pared húmeda del taller, con su sabor a jabón y hombre en mi boca. Pasaron dos días de evasivas, hasta que él tocó a nuestra puerta. Era sábado y mi madre no estaba. Yo, aún en pijama—un short que dejaba poco a la imaginación y una blusita sin sostén—, tomé valor y abrí. Sus ojos me desnudaron en un instante. —Lamento los inconvenientes —dijo con voz ronca, entregándome un plato idéntico al que rompí. Se dio la vuelta con rapidez. —Pero Don Vicente,el plato se rompió —alcancé a decir. —Conseguí uno igual.Por favor, no le digas a tu madre. Su olor, una mezcla de grasa trabajada y jabón barato, me embriagó. Por primera vez lo tuve tan cerca. Antes de que pudiera responder, ya sentía el calor húmedo entre mis muslos. Esa noche, después de tocarme pensando solo en él, tomé una decisión. Al amanecer del domingo, me preparé. Un baño caliente, una rasurada minuciosa y una ...