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Don Chente I; El Viejo Mecánico
Fecha: 18/10/2025, Categorías: Sexo con Maduras Tus Relatos Autor: Jessi696, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X
... tanguita blanca, comprada a escondidas. Me puse un top blanco y una falda que, con los años, se había vuelto indecentemente corta. Tras asegurarme de que la calle estaba desierta, crucé corriendo hacia su casa. Lo encontré en la cocina, desayunando. Se sobresaltó al verme. —Señorita,¿qué hace aquí? —Quería agradecerle por lo del plato,Don Chente. Mi mamá me iba a regañar. Usted me salvó —dije con una voz que sonaba a miel. —No se preocupe,Jessi. Para eso estamos. ¿Quiere sentarse? Me senté frente a él. La mesa era pequeña; nuestras rodillas casi se tocaban. —Don Chente,¿puedo tomar un vaso de agua? —Claro,déjeme ayudarle —se levantó torpemente. —No es necesario. Me incliné deliberadamente frente a él, sintiendo cómo su mirada se clavaba en mis curvas. Al volverme, noté que había puesto un trapo sobre su regazo. Tomé otro vaso, me acerqué y mi susurro rozó su oído: —Creo que los dos tenemos sed. Al sentarme, derramé un poco de agua sobre mi top, que se volvió transparente. Él se levantó para alcanzarme el trapo, revelando un bulto prominente que tensaba su short. Nuestras miradas se enlazaron en un desafío silencioso. Luego, deslizé mi pie descalzo por su pantorrilla hasta posarlo sobre aquella dureza. Él contuvo el aliento. Yo, sin apartar los ojos de los suyos, me acaricié un pecho sobre la tela mojada. Ya no pude contenerme. Me levanté y me senté en su regazo, fundiendo mis labios con los suyos en un beso profundo, hambriento. Su lengua sabía lo que ...
... hacía. Mientras me movía sobre su entrepierna, frotando mi calor contra él, sus manos ásperas me arrancaron la blusa y su boca encontró mis pechos, mordisqueándolos a través del algodón con una urgencia salvaje. —Quiero sentirlo adentro —le susurré al oído. Algo se rompió en él. Me levantó con una fuerza que no sabía que tenía, me apoyó contra la mesa y liberó su erección. La fricción de su piel contra mi clítoris, solo separados por el hilo empapado de mi tanga, era un suplicio delicioso. Nos movíamos con un ritmo frenético, jadeando, hasta que la tela cedió con un rasgón sutil. Un dolor agudo y expansivo me invadió. Un grito ahogado se escapó de mis labios. Él estaba dentro por completo. —¡Lo siento,niña! ¿Te lastimé? —Su voz era un ronco susurro de pánico. Asentí,sin aliento. —Duele... No se mueva. —Tengo que sacarla—murmuró, sus manos temblorosas en mi cintura—. Poco a poco. Cada centímetro de su retirada era una nueva sensación. Pero cuando su mirada, llena de una ternura bestial, se encontró con la mía, supe que no quería que terminara. —Ya duele menos—mentí—. Por favor, muévase despacio. Y así fue. La lentitud se convirtió en una caricia profunda, y el dolor se transformó en un placer denso y adictivo. Pronto estábamos moviéndonos de nuevo, encontrando un ritmo que nos pertenecía solo a nosotros. —¿Qué es lo que más le gusta de mí,Don Chente? —pregunté, jadeando. —Me gusta todo de usted,Jessi. Me gustaría quedarme con usted los últimos años de mi ...