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Ari: Prisionero de Mi Piel XIII
Fecha: 04/11/2025, Categorías: Transexuales Tus Relatos Autor: EntreLineas, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X
... almohadas todas manchadas con su semen, mi cuerpo aún seguía vibrando. El rugido de su moto sonó justo en el momento en que la cerradura de la puerta principal giraba. Me congelé. Mamá entraba. Corrí al pasillo, intentando sonreír como si nada. Pero su mirada iba directa hacia la ventana trasera, había escuchado el rugir de la moto, la había visto. —¿Quién es? —me preguntó sin rodeos, con esa voz firme que solo usaba cuando sospechaba algo—. Esa moto… ese hombre… ¿quién es, Ari? Mi respiración se cortó. —Es… un compañero del trabajo, mamá. Lo estoy capacitando… por eso viene seguido… —¡No me mientas! —me interrumpió, golpeando la mesa con la palma de la mano—. Los vecinos dicen que entra un hombre aquí cada día que yo no estoy y por lo que me cuentan debe ser él. ¿Es cierto? ¿Te está amenazando, hijo? ¿Te cobra plata? ¡Dímelo! Vamos a denunciarlo, no dejaré que un delincuente te tenga sometido. Mis ojos se llenaron de lágrimas al instante. Temblaba como un niño acorralado. —¡No, no es lo que piensas! —grité, y mi voz sonó más femenina de lo que quería—. Él… él es bueno, mamá… es mi… mi amigo. Ella se acercó, me tomó de los hombros. —Entonces, ¿por qué siempre lloras? ¿Por qué cada vez que hablo de ese muchacho te escondes? Ari, dímelo, ¿te tiene amenazado? ...
... ¿Abusa de ti? Las palabras me atravesaron como cuchillos. La verdad me quemaba en la garganta, pero no podía salir. ¿Cómo le iba a decir que sí, que ese “hombre peligroso” era el único que me hacía sentir vivo? Negué con la cabeza, sollozando. —No, mamá… no… él es bueno… confía en mí, por favor. Ella me sostuvo la mirada, pero ya no me creyó. Lo vi en sus ojos: pensaba que yo estaba atrapado en algo oscuro. No aguanté más. Salí corriendo hasta mi habitación y cerré la puerta de un golpe. Me lancé a la cama y me abracé a la almohada, llorando. Mis lágrimas mojaban las sábanas donde hacía apenas unos minutos Jordan me había hecho sentir suya. El contraste me destrozaba. Por un lado, la ternura y la protección de mi madre, intentando salvarme. Por el otro, el recuerdo ardiente de esas manos grandes que me dominaban y me hacían olvidar quién era. Yo sabía que ella no me creía. Y lo peor: tenía razón en algo. Sí estaba siendo dominado. Sí me estaba entregando demasiado. Pero no era por amenazas. Era por deseo. Por un deseo que me consumía y que no podía confesar. Me encogí en la cama, susurrando entre sollozos: —No es lo que tú piensas, mamá… pero tampoco es lo que debería ser… Y me quedé así, temblando, esperando que la moto volviera a sonar al día siguiente.