1. La hija de la amiga de mi esposa


    Fecha: 30/11/2025, Categorías: Infidelidad Tus Relatos Autor: LeoRivas, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X

    El aire del pedregal de Coyoacán tiene un peso específico por las noches, una mezcla densa de humedad, piedra volcánica y el humo dulce del tabaco que se estanca en los jardines amurallados. Mi casa estaba llena. Cincuenta personas, quizás más, bebiendo mezcal y hablando a gritos sobre política o cine, soltando esa risa fácil y vacía que dan estas reuniones. Yo, sin embargo, me sentía un espectador lejano en mi propia sala, con los sentidos entumecidos para todo lo que no fuera el roce de la seda contra la piel cada vez que ella se movía.
    Elisa. Veintiún años. La hija de la mejor amiga de mi mujer. Y desde hace tres meses, la razón por la que he dejado de dormir.
    La había visto llegar y mi cuerpo había reaccionado con esa memoria muscular traicionera, una mezcla de pánico y hambre. Hoy llevaba un vestido color hueso, corto, de una tela tan fina que parecía líquida, una segunda piel diseñada para torturarme. Era una visión que cortaba el aliento: una rubita de cara angelical, con esas facciones finas y delicadas que siempre engañan a todos, ocultando una inteligencia fría y una perversión que, para mi perdición, solo me muestra a mí.
    Su cuerpo era menudo, una estructura "delgadita" y frágil en apariencia que despierta en mí un instinto protector que se pudre rápido hasta volverse deseo. No tenía la voluptuosidad obvia y vulgar de otras mujeres de la fiesta; su encanto era esa economía de carnes, esa estética casi dolorosa. Sus tetas eran pequeñas, dos montículos firmes, ...
    ... casi adolescentes, que cabían perfectos en la cuenca de mi mano y que yo sabía coronados por pezones rosados que se endurecían con solo mirarlos. Pero lo que rompía esa armonía inocente eran sus piernas: largas, estilizadas, con músculos tensos de bailarina que subían interminables hasta desembocar en unas nalgas redondas, paradas y firmes, un desafío gravitatorio que pedía a gritos ser sujetado, marcado.
    Yo tengo cincuenta y cuatro años. Se supone que debería tener el control. Sé disimular, sé sostener una copa de vino y asentir a la conversación banal de mi esposa, pero por dentro soy un náufrago. Mientras sonrío a un colega, mi mente viaja a la habitación de hotel de la semana pasada, o al asiento trasero de mi coche donde Elisa, con esa boca de ángel caído, me había dejado seco y temblando dos días atrás. Me pregunto si se nota, si huelo a ella, si mi decencia es ya solo un disfraz mal puesto.
    —Hace calor aquí, ¿no? —me dijo al pasar por mi lado, deteniéndose lo justo para que nadie sospechara, pero lo suficiente para que yo colapsara.
    Su voz no era la de la niña que vi crecer. Era ronca, sensual, arrastrada, cargada de una intención que me hacía sentir viejo y vivo al mismo tiempo. Era el tono exacto que usa cuando se aburre de jugar y quiere que me la coja. Sentí el calor de su brazo desnudo rozando la tela de mi saco. No fue un accidente; ella no tiene accidentes. La miré y vi el brillo húmedo en sus labios y esa chispa de desafío, esa arrogancia de la juventud que ...
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