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La hija de la amiga de mi esposa
Fecha: 30/11/2025, Categorías: Infidelidad Tus Relatos Autor: LeoRivas, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X
... latía dolorosa, dura como una barra de hierro, buscando alivio. La cargué sin esfuerzo —pesaba tan poco, era como levantar una pluma cargada de electricidad estática— y sus piernas se enroscaron automáticamente en mi cintura. La llevé hasta el escritorio de roble, aparté unos papeles importantes de un manotazo —nada importaba ya— y la senté en el borde. Ella se recostó sobre la madera fría, abriendo las piernas, expuesta, obscena y magnífica bajo la luz ámbar. Sus pechos pequeños se marcaban bajo la tela estirada, sus costillas se dibujaban levemente al respirar agitada. Me acomodé entre sus muslos, sintiéndome enorme, tosco y sucio en comparación con su delicadeza. La cabeza del pene rozó su entrada, mojada y caliente, y el contacto fue eléctrico. La miré a los ojos, buscando un rastro de duda, pero solo encontré un abismo oscuro que me invitaba a saltar. Quería que supiera quién era yo, quería imponer mi realidad sobre su juego. —Mírame, Elisa —ordené, intentando recuperar el control. Ella clavó sus pupilas dilatadas en las mías, retándome, y empujé. Entré en ella de una sola estocada, hundiéndome hasta el fondo, tratando de llenar ese vacío que ambos teníamos. A pesar de las veces que lo habíamos hecho, ella siempre se sentía estrecha, deliciosa, apretándome como un guante de terciopelo hirviente. Ella gritó, un sonido ahogado, y echó la cabeza hacia atrás, exponiendo ese cuello largo y blanco, vulnerable como el de un cisne a punto de ser sacrificado. Comencé a ...
... moverme. Ritmo duro. Sin piedad. Necesitaba sentirla, necesitaba borrar la fiesta, a mi esposa, a mi edad. El sonido de nuestra piel chocando y el clac-clac-clac de sus nalgas lindas y duras contra la madera llenaban la habitación. Mis manos sujetaban sus caderas con fuerza, dejándole marcas rojas en esa piel pálida; marcas que mañana ella vería en el espejo y sonreiría, mientras yo me consumiría de culpa. —Más fuerte... —pedía ella, arañándome la espalda, exigiéndome más de lo que debería dar—. ¡Así, Guillermo! ¡Rómpeme! El placer era una marea negra que subía, ahogando mis pensamientos racionales. La fricción era perfecta. Sentía cada pliegue de su interior contrayéndose alrededor de mi verga, ordeñándome con una técnica que había aprendido conmigo, en nuestra cama clandestina. El sudor nos perlaba la frente, el olor a sexo agrio y almizcle llenaba el aire cerrado del estudio. Era sucio. Era incorrecto. Era la única verdad que me quedaba. Cambié el ángulo, inclinándola más sobre la mesa, penetrándola más profundo, rozando el límite del dolor. Ella era tan delgada, tan flexible, que podía doblarla a mi antojo, pero en el fondo sabía que ella se dejaba doblar. Ella se vino primero. Sentí las contracciones de su vagina apretándome en espasmos rítmicos, su cuerpo entero sacudiéndose sobre la mesa como una muñeca de trapo, sus talones golpeando el aire, perdiendo por fin esa compostura fría. Verla deshacerse así, rota por mi causa mientras su madre bebía cócteles afuera, me llevó ...