1. La hija de la amiga de mi esposa


    Fecha: 30/11/2025, Categorías: Infidelidad Tus Relatos Autor: LeoRivas, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X

    ... sabe que tiene el poder de destruir mi vida y le divierte la posibilidad. No era una invitación, era una orden. Y yo, patético en mi necesidad, obedecí.
    —El estudio está más fresco —murmuré. Mi voz salió más grave, rasposa, delatando mi urgencia.
    Ella no sonrió. No necesitaba validar su triunfo. Dejó su copa sobre una mesa lateral y caminó hacia el pasillo, moviendo ese trasero perfecto con un ritmo hipnótico bajo la seda, consciente de que mis ojos estaban clavados en ella. Mi esposa reía a carcajadas en el jardín, ignorante de que su marido caminaba hacia el abismo. Nadie me vio seguirla, o quizás preferí creer que nadie lo hizo.
    El estudio estaba en penumbra. Cerré la puerta y el ruido de la fiesta se convirtió en un rumor lejano, como si el mundo real hubiera dejado de existir. Antes de que pudiera poner el seguro, ella ya estaba sobre mí. No hubo ternura. Elisa se lanzó contra mí, estrellando su boca contra la mía, no con amor, sino con el hambre de quien reclama una propiedad.
    Sabía a mezcal y a menta, un sabor que ya asocio con la culpa y el placer. Sus manos pequeñas y calientes se enredaron en mi pelo, jalando con fuerza, mientras su lengua invadía mi boca con total confianza, silenciando mis dudas. La tomé por la cintura —tan estrecha, tan frágil que sentía que podía romperla si apretaba demasiado— y sentí la curva de sus caderas bajo la tela ridículamente delgada. Estaba ardiendo. Tocarla era confirmar que yo seguía vivo.
    La empujé contra la pesada puerta de ...
    ... madera, quizás con demasiada fuerza, buscando una reacción. —Estás loca... —le gruñí al oído, una queja que en realidad era una súplica, mordiendo el lóbulo de su oreja. Ella se separó un centímetro, sus ojos claros brillando en la oscuridad, burlándose de mi miedo. —Cállate y cógeme —ordenó, seca, directa, arrebatándome cualquier ilusión de que yo estaba al mando.
    Bajé una mano y subí la falda del vestido. Llevaba una tanga minúscula, un hilo de tela que era una burla a la decencia. Su piel estaba hirviendo, suave como la mantequilla pero vibrante de tensión. Al recorrer sus muslos delgados y firmes, noté que la tela estaba empapada. La humedad traspasaba el encaje. Gruñí, un sonido animal que me avergonzó y me excitó a partes iguales, y metí la mano, apartando la tela, buscando su sexo apretado y joven.
    Estaba chorreando. Era obsceno lo mucho que me deseaba, o lo mucho que su cuerpo reaccionaba al riesgo. Al tocarla, ella arqueó la espalda y soltó un gemido agudo que tuve que callar con mi boca para no alertar a toda la casa. Mis dedos se movieron rápido, frotando su clítoris hinchado, resbalando en sus propios fluidos. Ella abrió esas piernas largas tanto como el vestido se lo permitía, ofreciéndose, clavándome las uñas en los hombros, marcando su territorio.
    —Cógeme —repitió en un susurro, impaciente, casi molesta por mi demora—. Ahora. Aquí.
    No pude resistirme. Nunca puedo. Me bajé el cierre del pantalón con torpeza, con las manos temblando, liberando mi erección que ...
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