Elena (A.C.) - mi masoquista
Fecha: 24/05/2019,
Categorías:
Dominación / BDSM
Autor: Cold_P, Fuente: CuentoRelatos
... alguno que otro “rapidín” en lugares al azar y siempre que teníamos oportunidad. Y fue en uno de esos palitos rápidos donde hice un descubrimiento bastante peculiar y benéfico para nuestra vida sexual.
Era domingo por la tarde y nos encontrábamos insufriblemente calientes. Su madre tiene un consultorio dental en la colonia Roma y acababa de cerrar el mismo. Toda su familia se había ido una plaza que quedaba a unas calles para tomar un helado, pero nosotros nos quedamos esperándolos, con una excusa simple y tonta. Ni que decir que cuando escuchamos cerrar la puerta que daba a la calle nos atacamos el uno al otro. La sala de espera del consultorio se convirtió en el escenario de la batalla que tenía lugar, pero pronto nos movimos hasta el verdadero consultorio. Por la morbosidad del instante, en un momento, me empujó y caí sentado como un paciente más en una de las sillas más aterradoras que existen. Ella, haciendo el papel de la dentista, se paró a un lado de mí y me ordenó que abriera la boca. La obedecí y sentí su lengua jugar con la mía al instante.
Me bajé el pantalón y ella me hizo un tratamiento oral que yo ansiaba. Mientras tanto, yo amasaba uno de sus pechos por encima de su camisa. Es hermoso ver a la mujer que amas mamando tu verga. Y ella lo hacía delicioso. Noté sus pezones endurecer sobre la tela y no sé por qué razón me dejé llevar. Quizá por el momento o por otras razones, pero surgió aquella parte de mí que sólo Gabriela (y alguna que otra) lograba ...
... sacar a flote. Tomé uno de sus pezones y lo estiré de manera brutal. Al instante reparé en mi acción, pero ella parecía no haberse dado cuenta. Repetí la acción y Elena soltó un leve gemido.
—Te amo – le dije jadeante.
—Yo también – me respondió y siguió con su afanosa lamida
Una de sus manos fue a bajar a su entrepierna, desabrochándose el pantalón mientras yo seguía estirando uno de sus pezones con verdadera saña. Se separó de mí y se bajó el pantalón, dejándome ver aquella perfecta y chorreante vulva rematada por una mata de pelos, aunado a unas piernas carnosas, grandes y bien torneadas. Se me hizo agua la boca de semejante espectáculo y me abalancé sobre ella para comerla, pero enseguida me detuvo, me dio la espalda, abrió las piernas y se sentó sobre mí.
Casi me vengo en ese instante de tal visión. Tomé sus caderas y acompasé sus movimientos. Acariciaba su espalda con mis manos y en ocasiones apretaba sus pechos. Pero mi vista no se despegaba de aquel glorioso y bien formado par de nalgas que vibraban con cada embate. Era hipnótico, atrayente, excitante y sumamente morboso. Mi calentura aumentaba, si eso podía ser posible y nuevamente me dejé llevar por aquella costumbre tan deliciosa que hacía tiempo no practicaba. Le solté una nalgada. Lo hice “sin querer, queriendo” y el corazón se me paralizó por dos razones: 1) miedo a perderla o fracturar la mejor relación que había tenido hasta el momento por dicha acción y 2) porque, me fascina azotar culos; tenía mucho ...