1. Elena (A.C.) - mi masoquista


    Fecha: 24/05/2019, Categorías: Dominación / BDSM Autor: Cold_P, Fuente: CuentoRelatos

    ... tiempo que no lo hacía y volverlo a hacer me proporcionó una oleada de placer difícilmente descriptible.
    
    Para mi buena fortuna al instante escuché de aquellos hermosos labios: “haz eso otra vez”. Le pregunté si estaba segura y asintió entre gemidos. No pude reprimir una sonrisa de oreja a oreja. Le solté otras dos con un poco más de fuerza y para mi placer, ella lo disfrutaba. ¿Sería posible que ella fuera así? Mi corazón se aceleró y un placer enloquecedor me recorrió las venas como si fuera adrenalina.
    
    Cerré los ojos ante tal placer mientras intentaba absorber las desordenadas y caóticas sensaciones que generaba en mí el hecho de que ella disfrutara que yo le infringiera cierto dolor. Gemí incontrolablemente. Desgraciadamente mi resistencia estaba menguando, debido a las sensaciones que experimentaba en cuerpo y mente. No creía aguantar mucho más, pero no quería venirme en ese instante, pues quería alargar aquel momento de arrollador placer lo máximo posible. Mi cuerpo estaba tenso y deseoso por liberarse y sucedió. Me vine. Mi cuerpo se convulsionó levemente y me sentí caer por un precipicio: ¡vaya orgasmo! Lamentablemente para mi orgullo, ella no se vino conmigo, pero sé que igualmente lo disfrutó y, lo que es más, descubrí algo sumamente importante en ella: una hermosa masoca.
    
    Se separó de mí y cuando se subía el pantalón, le solté una pequeña y última nalgada, pero me apoderé de ella y mis dedos se dirigieron rápidamente a su coño. No iba a permitir que ...
    ... se fuera indemne. Ella, sorprendida, sonrió y comenzó a gemir entre susurros ante mis hábiles maniobras manuales. Su respiración aumentaba al ritmo de mis dedos y sientí su clímax próximo. De pronto enmudeció, aunque yo no me detuve. Escucho y el alma se nos vino a los pies.
    
    Las voces de su familia estaban regresando y casi prestos para entrar, lo cual nos dejaba menos de 2 minutos para aparentar que nada malo había sucedido en su ausencia.
    
    —Vamos mi amor, córrete para mí – le susurró al oído y aumentando el ritmo de mis dedos en su clítoris.
    
    —No, ya van a llegar mis papás – me dice e intenta apartarse, pero no con mucha fuerza, pues se ve que lo está disfrutando.
    
    —No, hasta que te vengas. Vamos – la insto – córrete ya…
    
    —No, ya. Otro día le seguimos… – me suplica.
    
    —Me vale que nos cachen, hasta que te corras, no te suelto.
    
    —Pablo… Por favor… – me refunfuña entre gemidos y leves forcejeos.
    
    —Elena…
    
    Ella reprime un gemido largo y siento mis dedos inundados por una leve y caliente humedad. Se vino. Se recargó sobre mi pecho, jadeando visiblemente cuando escuchamos la puerta abrirse. Impulsados por un resorte invisible, los dos nos vestimos en un instante. Pero hay un fallo: el consultorio huele a sexo.
    
    Maldita sea. Ella, rápida, echó mano de un aromatizante de ambiente y rocía la estancia, ocultando nuestro pecado. Con señas, le indico nuestro modo de actuar y cuando su madre asoma al consultorio, yo estoy recostado en la silla de los pacientes ...
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