1. Sombras de un diario (III parte)


    Fecha: 01/06/2019, Categorías: Incesto Autor: Esteban Jonás, Fuente: CuentoRelatos

    ... piel oscura.
    
    —Una mujer, “la cosa más escasa del mundo”—expresó el obeso con dientes de piraña, y se acercó a mí oliendo mi rostro y mi cabello, yo estaba paralizada de miedo, con muchas ganas de llorar, mis piernas temblaban sin control.
    
    Mi hermano golpeó a ese cerdo maldito, lo golpeó tan fuerte que lo tiró al suelo. En eso, mi hermano recibió una tunda de golpes por todas partes de su cuerpo, que lo hicieron retorcerse de dolor en el piso. Su máscara había caído a los pies de uno de los hombres que lo golpeaban y éste la tomó para si.
    
    —Te atreves a golpearme. Serás una rica sopa, y tu esposita será la mujer y madre de nuestra tribu—habló el obeso, dirigiéndose a mi hermano, y se limpiaba la sangre de su deformada boca en dónde había recibido el golpe.
    
    — ¡Es mi hermano desgraciado! No le harás nada—grité y al mismo tiempo me arrojé hacia el asqueroso obeso; pero recibí una gran bofetada por parte de él que me hizo desmayar.
    
    No sé cuantos minutos pasaron, pero cuando logré despertar, ya estábamos en la camioneta, amarrados con cuerdas en las manos y en los pies. Íbamos rumbo hacia Marhuanta. Mi hermano estaba hecho un fiambre, lo que me hizo estremecer de dolor por él. “Tanto cuidarnos, tanto ser cautelosos, para que al final cayéramos en manos de estos cochinos caníbales”. Estábamos perdidos, seríamos la sopa de ellos. Yo temía mucho por la vida de mi hermano y, no quería ser violada y ultrajada.
    
    La camioneta tomó rumbo hacia un lugar dónde ya no habían ...
    ... calles asfaltadas, sino de tierra. Llegamos a una hacienda que estaba custodiada por más de estos infelices. En el centro de esta hacienda había una gran casa muy vieja y de aspecto sombrío. Nos metieron allí y nos sentaron y amarraron a unas sillas de barberos, que eran muy viejas y estaban atornilladas al piso. Dentro del lugar se respiraba un olor a cobre y hierro, acompañado con un fuerte olor a sudor de personas que llevan días sin asearse. Aquellas siniestras sillas estaban frente a un conjunto de camillas de acero, teñidas en sangre. Al lado de estas camillas había una mesa rectangular con muchas herramientas de quirófano y otras que parecían de carniceros.
    
    De pronto, a mi hermano y a mí, nos inyectaron algo que nos hizo dormir inmediatamente. Cada vez que nos despertábamos, nos volvían a inyectar con ese extraño sedante. No comprendí porque nos mantenían así, durmiendo en esas sillas de barberos. Solo sé que teníamos mucha hambre al segundo día luego de despertar. También teníamos bastante sed.
    
    —No tengan miedo, y sean bienvenidos a nuestro hogar. Soy el Doctor Lugo—expresó un hombre que se acercó a nosotros. Era alguien de mediana edad, cabello blanco y de baja estatura. Tenía un mandil lleno de sangre vieja y llevaba puesto unos lentes que le daban un aspecto de intelectual y psicópata a la vez. — Señorita, me han dicho que ustedes son hermanos. Quiero dar mi palabra de que, no les pondremos un dedo encima, si se unen a nuestra familia. Queremos hijos, y eso ...
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