1. Hermanas de sangre


    Fecha: 05/06/2019, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    Lo que voy a contar me ocurrió hace algunos años. No hace que me sienta orgullosa. Al principio no comprendía muy bien por qué estaba mal. Ahora que lo sé, no puedo detenerlo. Lo he intentado, podéis creerme, pero me resulta imposible.
    
    Me llamo Hannah. Nací y me crié en Berlín, Alemania. Viví allí hasta los once años, con mis padres (que son hijos de españoles) y mi hermana Inge. Siempre hemos sido muy buenas amigas, a pesar de que nos separan casi cinco años. Entre nosotras no había secretos. Yo admiro a Inge, siempre la he admirado. Es preciosa, rubia, blanca, femenina y sexi, con unos labios enloquecedores, nariz perfecta, curvas insinuantes y unos increíbles ojos verdes. Inge es la más bonita de las dos sin duda. Yo, en cambio, siempre he resultado demasiado alta y flacucha, pelirroja, llena de pecas y con unos tristes ojos grises. De cualquier manera, Inge siempre me dice que soy guapa, y yo la adoro por animarme así.
    
    Cuando cumplí 18 años, mi familia decidió que nos fuéramos a vivir a la madre patria. Soñaban con ese momento. Me resultó duro separarme de mis amigos, de mi colegio, de mi barrio. Inge, en cambio, parecía encantada. Yo la espiaba en secreto. ¿Cómo podía estar tan feliz? Ya tenía casi 19 años, seguro que tenía novio. ¿No le dolía separarse de él? Porque no era posible que mi hermana no saliera con nadie, todos los chicos del colegio se morían por ella. Sí, debía tener novio. Probablemente su alegría era fingida, seguro que a última hora se escaparía ...
    ... y lloraría desconsoladamente en los brazos de algún chico. Pero no. Inge cerró la maleta y entró en el coche cantando. Ni siquiera miró atrás para despedirse de nuestra casa.
    
    El cambio fue difícil para mí. Mis padres estaban en la gloria, se habían reencontrado con familiares y amigos a los que no veían desde hacía casi dos décadas. Salían constantemente, al cine, a bailar, al teatro, a la playa... El nuevo colegio no me gustó demasiado, las monjas eran severas y antipáticas. Inge, en cambio, ya iba al instituto y parecía feliz. A ella nunca le ha supuesto un esfuerzo hacer nuevos amigos. No es tan tímida como yo.
    
    Su mejor amiga se llamaba Sandra. Nos la presentó cuando apenas llevábamos seis días en nuestra nueva casa. La odié. Sandra era una mujerona de diecisiete años que aparentaba veinticinco, alta, desarrollada, con las piernas torneadas, caderas increíbles y grandes tetas. Tenía la piel morena y una melena negra hasta la cintura. Era divertida, descarada y alegre. Inge la adoraba. ¡Oh, cómo odié a aquella suplantadora! Mi hermana ya no me hacía caso, sólo tenía ojos para aquella zorra que se atrevía incluso a coquetear con mi padre entre las risas bobaliconas de éste y la despreocupada complicidad de Inge. Yo no podía soportar a Sandra, incluso llegué a desear su muerte. Ella me miraba con condescendencia y yo envidiaba hasta el maldito último balanceo de sus tetas al andar.
    
    Una noche Inge pidió permiso para que Sandra durmiera en nuestra casa. Mis padres, que ...
«1234»