1. Nadando entre tiburones


    Fecha: 24/07/2019, Categorías: Transexuales Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos

    Mi vida era un desastre, pero la providencia, el azar, o el destino, la iba a cambiar.
    
    Estaba sentado delante de mi jefe, con la expresión boba y ausente de un cordero. Acababa de finalizar mi turno de nueve horas y sólo deseaba regresar a mi hogar. Don Ricardo, un tipo educado, abierto y cercano, bien parecido, siempre elegante, me miraba en silencio, con el puro humeante colgado de sus labios. Sonreía como una hiena, para ocultar sus intenciones. Porque era taimado hasta la médula, tan cruel como vanidoso, y puede que profundamente perverso; un auténtico depredador en los negocios.
    
    Necesitaba de mis servicios, me dijo con tono amistoso y falso: un favor personal que en el futuro tendría en cuenta. Asentí aterrado. Al día siguiente, me confesó, tenía una reunión importante en su apartamento de la costa, un asunto vital que no admitía demora. Pero había un problema: su señora, quería asistir a un concierto de cámara. Por supuesto, ella no salía sola de casa, y apenas sabía conducir. Terrible dilema el suyo, pensé. Me pedía que hiciese de chófer y de acompañante, en domingo, en mi tiempo libre, y gratis.
    
    ―Pero el lunes tengo turno de mañana. Si al menos me pudiera cambiar para la tarde.
    
    ―No seas llorón. ¿A tu edad? Se aguanta eso y más. Te tomas un par de cafés y listo.
    
    Asentí con fingido orgullo. Don Ricardo me detalló lo que tenía que hacer. Luego se dignó estrecharme la mano con afecto, e incluso me sonrió enseñándome sus colmillos. Cuando quería sabía cómo ...
    ... ser zalamero sin dejar de ser un bribón.
    
    ―Confío en que no me falles. No quiero llegar a casa y tener que escuchar las quejas de mi señora. Bastante tengo con dejarme la piel en mis empresas.
    
    ―Sí, Don Ricardo. Llegaré puntual y cuidaré que no le pase nada.
    
    Salí del despacho aturdido e indignado. La vida, me dije, es así: unos chingan y otros son chingados; tonto el último. La secretaria, Yoli, me ofreció una sonrisa infantil. Era una chica rubia, estirada y lisa como una tabla. Nadie sabía cómo había logrado ese puesto, pues no tenía ni formación, ni experiencia, ni aptitudes. ¡Qué nulidad para el orden y la diligencia! Eso sí, venía siempre muy arreglada, a menudo con mini falda, enseñando unas piernas de garza huesudas y frágiles. Parecía tonta, o se lo hacía, pero tenía un buen corazón. Pobre criatura, pensé para consolarme de mi desgracia; no podía ni imaginarse la de bromas que se hacían su costa. Yo también las hacía. Lo que no sabía entonces, ironías del destino, es que acabaría convirtiéndose en mi mujer antes de que pasara un lustro. Gracias a ella descubriría que unos pechos como ciruelas pueden dar mucho juego, además soportan mejor el paso del tiempo, y que no siembre las delgaditas son frías y distantes, o viceversa.
    
    ―¿Malas noticias? ―su voz aguda me traspasó como una puñalada.
    
    ―Nada que no se pueda arreglar―. Sonreí para ocultar mi desesperación.
    
    ―¿Es por la de reunión de mañana? ¿Te ha pedido que fueras con él?
    
    ―No, no es eso. ¡Es mucho ...
«1234...9»