1. Nadando entre tiburones


    Fecha: 24/07/2019, Categorías: Transexuales Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos

    ... Sólo por conducir semejante “máquina” me sentía recompensado: los asientos eran una gozada; el volante giraba solo, con suavidad; el motor ronroneaba como un león. Doña Eugenia me miraba maniobrar con complacencia. Durante la travesía me sometió a un interrogatorio exhaustivo, preguntándome si vivía solo, si tenía novia, si pensaba casarme y tener hijos (me recomendaba que no lo hiciera), si me interesaba el arte, etc. Enlazaba una pregunta con la siguiente sin darme tregua. Yo me defendía respondiendo con brevedad y mi natural prudencia. A la señora le hacía gracia mi inocencia y mi humildad. Me daba la impresión de que se reía con cierta voluptuosidad. Y eso me desconcertaba aún más.
    
    Conseguí aparcar cerca del Teatro Nacional. Cruzamos la calle y nos detuvimos delante de la entrada; apenas había gente esperando. Le dije, con tono servicial y respetuoso, que la esperaría en el bar de enfrente hasta que terminara la función. Doña Eugenia se me quedó mirando con disgusto e incomprensión.
    
    ―Te vienes conmigo ―me espetó contrariada―. Para eso te mandó mi marino, ¿no?
    
    ―Si señora Eugenia. Pero, entienda, que con éste atuendo.
    
    ―Tonterías ―dijo con aire de superioridad― y se enganchó de mi brazo.
    
    Subimos por unas escaleras en curva, tapizadas de rojo. Doña Eugenia me agarraba como si le fuera la vida en ello. Volvía a sonreír y su mirada era serena; sus repentinos cambios de humor me resultaban desconcertantes. Por eso había aumentado mi nerviosismo; algo que no ...
    ... pasó indiferente para ella. Entramos en un lujoso palco cerrado con cuatro asientos delante y seis detrás. No había nadie más, estábamos los dos solos. Si no han llegado, me aseguro entre risas, es que no vendrán. Quise sentarme detrás, pero ella me miró de un modo severo. Tuve que acomodarme a su lado, en la esquina de la derecha, junto a la cortina.
    
    Los siguientes diez minutos se me hicieron interminables. Doña Eugenia señalaba con discreción a los palcos de enfrente, para contarme quién había venido y quién estaba ausente. Yo asentía, mientras de reojo miraba como se hinchaba su pecho, que asomaba por un escote ajustado en pico. Al parecer, le gustaba lucir sus encantos. Dos o tres veces interceptó mi mirada furtiva. Pero no mostró síntomas de estar ofendida. Al contrario, incluso le subió el color a sus mejillas, tan recargadas de crema.
    
    Por fin se apagaron las luces generales, las del techo. Salió el director de orquesta. Hubo una ovación. En cuanto se hizo el silencio absoluto, la música comenzó a sonar. Al principio me quedé impresionado. Era todo un espectáculo ver cómo los arcos de los violines se movían al unísono. Podía incluso sentir como la música llegaba en oleadas y rebotaba contra mi piel. Me sentía como un tambor al que estuvieran aporreando. Miré de reojo a doña Eugenia. Parecía haber entrado en un estado de trance. Tenía la cabeza algo inclinada hacia un lado, los ojos a medio cerrar. Está como una cabra de feria, pensé.
    
    No habían pasado ni quince ...
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