1. Nadando entre tiburones


    Fecha: 24/07/2019, Categorías: Transexuales Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos

    ... postración. Enfada me parecía más atractiva, más deseable. Mi pene empezó a recuperar su dureza. Estaba listo para un último y definitivo esfuerzo.
    
    Entonces observé el minúsculo agujerito de su trasero, algo morado, pero tan prieto que hasta mi dedo meñique tendría dificultad para introducirse. Lo admiré fascinado. ¡Tan limpio y virginal! Un impulso irrefrenable, o más bien una inspiración, me dominó. Merecía la pena intentarlo. Así que, mientras ella reposaba con la frente en la alfombra y dejaba la cadera en alto, coloqué el glande sobre el orificio y, antes de que llegase a decir “ahí no”, se la metí entera de un solo empujón. Entró con dificultad, abriéndose paso como una barrera de perforación. La sensación fue soberbia, de desvarío; única diría. Doña Eugenia se arqueó hacia atrás, ahogando un grito de dolor, como si le hubieran clavado una estaca (en el corazón, pensé). Mis manos la sujetaban firmemente por la cintura. El glande, a punto de estallar, palpitaba oprimido en su interior. Luego ella, vencida, se dejó caer; creo que mordió la alfombra para ahogar sus alaridos. Sin pensarlo, me puse en movimiento. Pero sólo pude dar seis o siete acometidas, brutales y profundas, antes de correrme con profusión.
    
    Cuando me salí, Doña Eugenia se dio la vuelta y me soltó una tremenda bofetada que me abrió el labio. Eres un animal, me gritó. Pero antes de que pudiera contestar me volvió a besar apasionadamente. Mi sangre humedeció sus labios. Palpé con mi mano su ...
    ... entrepierna, que se abría como una flor. La froté a conciencia mientras ella me ahogaba con su lengua. Me costaba respirar. Era como si me quisiera sorber el alma. En esas estábamos cuando noté como todo su cuerpo se tensaba y sufría media docena de sacudidas. ¡Por fin había logrado que la señora se corriese! Se quedó abrazada a mí, jadeando y, al parecer, satisfecha.
    
    Nada más recuperarse, me miró con desprecio y asco, como si hubiera despertado de una pesadilla. Se levantó bruscamente y se puso a recoger sus ropas toda pudorosa. Se movía con dificultad, y le costaba agacharse. Puedes marcharte, me dijo, sin alzar la voz. Después se escapó al baño. Me vestí y me fui sin volver a verla. Estaba seguro de que había gozado como una perra, pero no sabía si también se había sentido humillada y maltratada. En cualquier caso, de nada servía lamentarse. Ya estaba hecho.
    
    El lunes me levanté paranoico y acobardado. Me sentía como un preso en el corredor de la muerte. Por fortuna, Don Ricardo no estaba en la oficina. Cumplí mi jornada sin incidentes. Incluso conseguí tranquilizarme. Pero a las tres y cinco, cuando ya me había cambiado y me disponía a volver a casa, apareció mi jefe. ¡Qué estampa! Parecía salido de una película de zombis: venía ojeroso, con el rostro pálido y consumido, los ojos inyectados en sangre. Se movía con pesadez, como un depredador al acecho.
    
    ―Ubaldo, ¡bribón! Ven acá ―me dijo con la voz quebrada.
    
    Me quedé sin sangre en el rostro, temblando como un ...
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