1. Nadando entre tiburones


    Fecha: 24/07/2019, Categorías: Transexuales Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos

    ... niño.
    
    ―Diga, Don Ricardo ―dije entre tartamudeos.
    
    ―¿Cómo estás? Bien, pues me alegro. Ya te dije que no era para tanto ―me ofreció una media sonrisa de hiena―. Te agradezco el favor. Sabré tenerlo en cuenta, para el futuro.
    
    ―Encantado de serle útil ―hablé más calmado.
    
    ―Por cierto, Eugenia me encargó que te devolviera esto ―me mostró mi bolígrafo―. Dice que te lo dejaste en el coche. También quería que te diera un par de billetes de diez, pero siendo tú un mozo educado, un caballero, sé que no los aceptarías.
    
    ―No, desde luego que no ―dije con sorna―. Y, ¿qué tal está la señora?
    
    ―Bien. Aunque está un poco achacosa. Le duele la espalda, me parece. Es el reuma. Ya sabes, con la edad. Le tengo dicho que se cuide, pero ella nada, ni caso.
    
    ―Usted también parece… desmejorado. La reunión, ¿fue muy dura?
    
    ―Oh, sí. Estoy derrengado. Estuvimos hasta las tantas de la madrugada forcejeando; discutiendo, quiero decir, cada detalle. Bueno, ya me entiendes. Al final tuve que ponerme serio y darlo todo. Sí, hasta el fondo ―sonrió con malicia; los ojos se le iluminaron.
    
    Me dejó marchar tras darme varias palmaditas en la espalda.
    
    Pronto supe cuál era el precio a pagar por el silencio y la protección de Doña Eugenia. A los quince días pidió a su marido que me volviese a enviar para llevarla a una exposición de un pintor. En su despacho, fingí malestar, y acepté con aparente resignación. El muy imbécil me envió encantando, sin sospechar nada. Estaba tan cegado con sus ...
    ... orgías que no podía ni sospechar la infidelidad de su respetable señora. La consideraba una vanidosa y pusilánime, además de una incapaz sexual. Le parecía inconcebible que pudiera rebajarse siquiera a tocar a un don nadie como yo. Pero la verdad es que Doña Eugenia era como un volcán al que le costaba entrar en erupción. Sin embargo, gracias a mi audacia, había descubierto su punto más sensible, el que le abría las puertas a los placeres más sublimes. Ella misma exigía que terminase tomándola por detrás, con violencia. ¡Cómo gozábamos los dos!
    
    Durante unos seis meses tuve que acudir a consolar a Doña Eugenia con la anuencia de su marido. Las “sesiones”, aunque placenteras, resultaban agotadoras. En total fueron casi una docena de veces las que hice de “chófer” y de amante. Tanta ceguera me preocupaba, pero ¿qué podía hacer? Quizás, después de todo, sí sabía lo de su señora, y lo consentía para tenerla entretenida mientras él gozaba con sus jovencitos. No podía descartarlo.
    
    Todo éste juego se terminó cuando a Don Ricardo le dio un infarto cerebral en una de sus correrías. Fue ingresado en el hospital con una parálisis del lado derecho, de la nunca se pudo recuperar. La peor fue que la policía también apareció por el lugar de los hechos, y se topó con una chica y un chico, menores de edad, recién sodomizados. Al poco de recibir el alta, mi jefe fue detenido y sometido a juicio por corrupción de menores. Le cayeron quince años; sus abogados consiguieron reducirlo a siete. ...
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