-
El coleccionista, mi historia
Fecha: 05/08/2019, Categorías: Gays Autor: dulces.placeres, Fuente: CuentoRelatos
Antes de contarte mi historia, quisiera decirte a vos que estás leyendo el motivo por el que mis amigos me llaman ‘el coleccionista’. El tema es que tengo un marcado fetiche con conservar ricas fotos de las vergas de mis hombres, me excita saber qué es lo que provoco, verlas duras y si están chorreadas de leche, mejor aún, así es que tengo una selecta colección privada de fotografías de pijas duras y apetecibles. Y no es que me interese lo que se encuentra en la web, no, a mí me gustan las cosas personales, dedicadas, para poder verlas una y otra vez y masturbarme hasta el cansancio. Así que no pretendo regalarte mi historia, yo quiero vendértela, te propongo que la leas y si como imagino terminas con el miembro duro y lleno de semen, te tomas una foto y la envías a mi correo que figura al pie de página, creo que no pido mucho, cierto? Ahora sí, empezamos… Por mi cama pasaron muchos chicos, y también muchas chicas trans, me gustan los juegos completos, y podría contar muchas anécdotas, pero elegí para esta oportunidad la historia con Pedro, un chico especial. Mis dieciocho centímetros de pene siempre me hicieron un tanto especial, modestia aparte, mis amantes nunca quedaron insatisfechos y mi tamaño era siempre alabado por mis casuales compañeros de cama, y por qué no decirlo, me gustaba fanfarronear con este tema, y muchos se acercaron a mí por los rumores que corrían de boca en boca. Pero Pedro cambiaría mi percepción de las cosas… En mi pequeño ...
... pueblo natal trabajaba en una verdulería, rodeado de hombres transpirados, sucios y de poca cultura, quienes solían mofarse de mi condición de homosexualidad, yo sufría a morir, hacer fuerza no era lo mío, mis manos estaban callosas, me dolía la espalda y cada día llegaba a casa sudado como animal. Yo estudiaba para dar masajes descontracturantes, relajantes, esa era mi pasión, me encantaba y siempre tomaba a mamá como conejillo de indias, cada vez que podía la untaba con aceites perfumados, aromatizaba el cuarto y la dejaba tan relajada como podía. Pero en mi pueblo, un pequeño sitio de granjeros siempre sería un pobre verdulero, o algo por el estilo, no había sitio para masajistas. La web era mi punto de escape, un pequeño túnel para salir de mi lugar, y así, escribiendo y escribiendo conseguí una propuesta de empleo en la gran ciudad. Con lágrimas en los ojos mi madre y mis dos hermanas me despidieron en la estación de trenes, aún recuerdo sus saludos afectuosos en el andén, pero yo miraba hacia adelante, con mi maleta llena de ilusiones y un futuro alentador. Y no me costó meterme en la gran urbe y pronto ser parte de ella, había encontrado mi lugar en el mundo y al fin hacía el trabajo que quería hacer, en un sitio muy profesional, tipo spa, muy decente, nada con doble sentido. Hice algunas amistades, de barrio, de trabajo, un grupo de chicas que dada mi condición me aceptaron como a una más del grupo. Una noche como cualquiera fui a bailar a un boliche ...