Mundo salvaje -2-
Fecha: 26/08/2019,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
... te me resistas, mi amor; no me rechaces. Déjate hacer, llevar por mí. Ya verás lo dichoso que voy a hacerte
—¡Dios, y cómo apestas a sexo…cómo apestas a él!...
Juan no se resistió y, menos aún, la rechazó; le era imposible, siempre lo había sido, no ceder a sus ruegos, pues la quería demasiado como para negarle nada. Aunque, ahora, cuánto, cuantísimo, le iba a costar, a pesar de desear con toda su alma complacerla, hacer lo que sea, lo que fuera, con tal de verla feliz y dichosa, pues esa era, también, su máxima felicidad, verla dichosa, feliz; hacer hasta eso, compartirla con “Él”, con su “macho”, su “garañón”, como ella misma dijera. Hasta por eso estaba dispuesto, y más que gustoso, además, por verla como quería, deseaba verla, a pesar de lo que fuera, de hacer “de tripas, corazón”, de “tragar” cuanto tuviere que “tragar”. Ana, suavemente, le hizo tenderse boca arriba para, al instante, despojarle del calzón, con lo que destapó, dejó al aire, su miembro viril, más que fláccido en tales momentos, pues aquél “horno” estaba para pocos, poquísimos “bollos”. Le besó con toda su pasión de mujer, la pasión que nacía de su gran amor hacia él, al tiempo que su mano acariciaba aquél miembro tan querido, tan amado, hasta deseado por ella, más aún entonces, conmovida como estaba al verle así, como le veía, y bajo ese ansia por hacerle feliz, dichoso, como nunca antes le hiciera, tomó en su mano esa, para ella, preciosidad, con firmeza, apretándola entre su mano bien apretada, en ...
... especial la casi morada cabezota, aunque en tal momento apenas era cabecita, que, a duras penas, emergía por el prepucio, comenzando una suave, lenta, masturbación que hizo que, poco a poco, “aquello” comenzara a medio despertar. Entonces, separó de él sus labios para mirar aquél miembro. Le miró algún que otro segundo y, al punto, se agachó sobre su presa, posando sus labios en aquella cabezota que empezaba como a desperezarse tras largo letargo. Agacharse y posar un beso en ese glande, fue todo uno, empezando a lamerlo suavemente con su lengua, cuya puntita, de tranco en tranco, jugueteaba sobre la abertura de la uretra, al tiempo que sus dedos cumplimentaban las gónadas o testículos de su hombre, acariciándolas, rascándolas suavemente con sus cortas, desportilladas, uñas de campesina hecha a trabajar la tierra. Así estuvo un rato más bien corto, alzando de vez en cuando el rostro para ver el de su marido, sonriendo feliz al ver en él retratado el íntimo placer que ella le dispensaba.
—En la aldea, las comadres decían que a sus hombres les encantaba que les hicieran esto.
Y sin más, se metió aquél miembro, que ya pasaba de empezar a despertarse en serio, en la boca, engulléndolo bien engullido, chupándolo bien chupadito, como si fuera el más dulce caramelo. Lo hacía vigorosamente, con ganas; ganas de complacerle, de hacerle sentir como en la vida sintiera. Era como obsesión para ella eso de lograr dar a su hombre el más inmenso goce físico, como redención de sí misma ...