1. El pene de papá


    Fecha: 08/09/2019, Categorías: Incesto Autor: mr.tetrapack, Fuente: SexoSinTabues

    ... Puedo jurar que entonces yo no tenía experiencia alguna en materia de penes, pero a fuerza de largos veranos de taquicardia contemplación desde la ventana, yo había acabado por aprenderme todos los rasgos del animal, así como las distintas fases por las que iba pasando en cada uno de los momentos de la siesta. Aleccionado por esa visión del mes de agosto, mi fantasía le había prodigado ya infinitos cuidados de niña bien, con tanta entrega que al final decidí de una vez por todas que tenía que aplicarme a conseguir mi deseo, y que tenía que hacerlo con la misma disciplina feroz que las Hermanitas de La Salle me habían enseñado a utilizar para los exámenes. Mi estrategia empezó esa misma semana. En una tarde en la que nadie estaba en casa, escogí uno de los pantalones con los que mi padre dormía, y me dediqué a estirar una y otra vez el recio elástico de la cintura hasta lograr que cediera a mis manitas sin esfuerzo. A veces quería abandonar el trabajo. Era enormemente cansador derribar la fuerza de uno de esos elásticos de los años sesenta, que debían de durar varias generaciones, pero tuve la suerte de descubrir con eso el sentido último de la constancia y del trabajo disciplinado de los que tanto hablaban los Hermanitas, de un modo que me parecía en principio mucho menos baldío que el de los cuadernos de sumas. De modo que al final pude con él. El ceñido elástico se había quedado como muerto, o más bien --pues ese era mi propósito-- como la puerta, antigua y ...
    ... desencuadernada, de un templo viejo, que puede abrirse y cerrarse a voluntad por el empujón de un simple cachorro. Durante días visité el dormitorio y no cejé ni un sólo instante en la inspección de los pijamas de mi progenitor, hasta la mañana en que los pantalones que yo me había encargado de forzar con ese denuedo jesuítico aparecieron por fin debajo de su almohada. Esa tarde, cuando mi madre su fue, yo ya no tuve que pasar por la escalera para cerciorarme. Abandoné mi cuarto de juegos y atravesé de un extremo a otro la casa hasta llegar a la puerta tras la que mi padre dormía. Un aire helado entró por la ventana del pasillo, desde el patio abierto donde yo me instalaba cada tarde, agitó las flores de mi colorido vestido, y se me coló por los faldones con la fuerza de un viento polar, de modo que todos los poros de mi piel se me erizaron con la un estremecimiento feroz cuya razón no se encontraba sólo en aquel frío del demonio sino en un pánico sin precedentes. Empujé la hoja y cedió con facilidad. La habitación ya no tenía puesto el cerrojo que mi madre se encargaba de correr cuando entraba en el cuarto, durante la siesta, para practicar esos ritos inmundos de los mayores. Así que di dos pasos y me adentré en la oscuridad del dormitorio. Me pareció que estaba robando, que estaba cometiendo un delito gravísimo, de modo que un cepellón de sangre ardiendo se me agolpó en mis pechitos a través de una erección incontrolada que ha ido acompañando desde entonces mis tentaciones ante las ...
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