1. Sigo esperando que alguien me viole


    Fecha: 03/10/2019, Categorías: Incesto Autor: ámbar coneja, Fuente: CuentoRelatos

    Mi nombre no es importante. Tampoco mi profesión, ni mis ocupaciones, ni mis sentimientos en general. Lo que importa es que, para mí el sexo jamás fue igual después de aquella experiencia.
    
    Nunca vibré tanto, ni me conmocioné buscando en vano a ese hombre, esperando absurdamente alguna señal del destino, o por lo menos a un tipo que me lleve al mismo infinito que conocí cuando pequeña.
    
    Hoy tengo 30, estoy soltera y sin hijos. Sigo viviendo en Lanús, en la casa de mis padres, y solo alcanzo pequeños espasmos de felicidad cuando me masturbo viendo cochinadas en internet. Me encanta pajearme en las noches lluviosas. Aquel día de octubre también llovió, a pesar del implacable sol que nos acompañó toda la jornada.
    
    Yo estudiaba en capital. Por lo que normalmente viajaba en tren. Me fascinan los trenes, el desparpajo con el que la gente anda en ellos.
    
    Las mujeres les dan de mamar a sus niños o les cambian los pañales. Las parejitas se matan chapando. Las más rapiditas se hacen un lugarcito para ganarse unos mangos peteando al obrero o albañil que las requiera. Los desubicados te tocan el orto o las tetas, y las histéricas parecen estar afónicas. Los sabiondos pelan apuntes, los hambrientos desayunan y almuerzan a la vez, los apurados te pisan, los viejos no avanzan, los vendedores ambulantes gritan demasiado y los que no quieren pensar se duermen sin importarles ronquidos o respiraciones insolentes. Me gusta la impunidad de los trenes!
    
    Ese viernes de primavera no volví ...
    ... enseguida a la estación. Unas amigas quisieron que las acompañe a elegir un regalo para el novio de una de ellas. Después de ver vidrieras, pavear en la calle y comer un panchito con bastante mostaza, miré el reloj, y un cosquilleo pareció instalarse en mis cordones nerviosos. Sentía calor en el cuero cabelludo, un fuego en la espalda, y unas ganas de volver a casa inauditas. Pensé que era mi conciencia, o la preocupación de mis padres por demorarme. Ya eran las 9 de la noche.
    
    Me despedí de las chicas, me compré unas lapiceras que me faltaban y corrí a la estación para tomar el tren. Chispeaba bastante, el viento movía los carteles de la ciudad, y la gente me llevaba por delante, cono si fuese invisible. Por suerte no esperé más de 5 minutos.
    
    Abordé el tren, elegí un asiento cerca de la ventanilla, dejé mi mochila en el piso y saqué mi mp3. Pero me enojé mal al darme cuenta que no tenía nada de batería. Lo guardé y me comí un alfajor mientras miraba por la sucia ventana que la noche se cerraba cada vez más. No sé cuánto tiempo pasé así. Solo que, de repente noto que alguien detrás de mí respira como nervioso, que dice algo que no alcanzo a dilucidar y que, acto seguido me acaricia el pelo.
    
    Intento no reaccionar, especialmente por mis propios temores. Luego me dice: ¡qué lindas tetitas morocha, te las quiero chupar!
    
    No sé. Todo fue tan rápido. El tren fue aminorando la marcha hasta detenerse en una de las estaciones más peligrosas del recorrido. El extraño, al que ...
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