1. Cómo volver interesante una visita al banco


    Fecha: 10/01/2020, Categorías: Confesiones Autor: aliciawonders, Fuente: RelatosEróticos

    ... ojos, como mirando un encuentro de tenis que se llevaba a cabo en mi cuerpo. De aquí para allá, de allá, para acá. Al principio me sentí un tanto incomoda, pues no era ningún George Clooney, sin embargo, enseguida me quité el torpe argumento inconsciente. Este hombre no tiene que ser un galán para darse el gusto de probar el funcionamiento de sus sentidos. Bienvenidos los deseos que reposan en la imagen de que de mí derivan, de mí demandan, de mí desean. Yo aparté mis cabellos rubios oscuros para darle pase especial a mi invitado, compañero de un día de agitado trajinar, de sol sin piedad, de sudores de un casi medio día infernal. Ser un oasis femenino en medio de tanta gris conmoción desértica es un privilegio de pocas.
    
    Mi novio aún estaba en la fila. Apenas había avanzado unos cuantos puestos. De vez en cuando me miraba para vigilar que todo vaya bien, y para mí iba bien, ya había matado un poco el tedio, y seguramente lo había hecho con el ajeno también. Quizás le había aumentado el estrés a aquella chica celosa, pero bueno, no todos ganan en los juegos de la vida. Y quizás la morena inquieta perdería aún más, pues una idea comenzó a surgir en mi mente. Yo, con estos atrevimientos que están en etapa de descubrimiento, me permití un poco de pulsaciones fuertes en el corazón travieso que poseo ahora, es mi juguete nuevo que mimo con gran intensidad. Comencé a actuar, y la pequeña y traviesa función empezó. Boletas gratis para aquel que quisiera asistir a mi pequeña ...
    ... provocación.
    
    Comencé a acariciar mi tobillo, como si un leve dolor me hubiese invadido de repente. Hice un pequeño gesto de ¡ay! Como para darle un tanto de veracidad a mi juego personal. En seguida moví mi tobillo en círculos, lentamente, hacia afuera y hacia adentro, y me agachaba un poco como acomodándome al auto-masaje que comencé para aplacar mi dolor inventado. Unos cuantos segundos después, emití un corto quejido, que sonó como un ¡auh! Y pisé con el pie “adolorido” sobre el suelo, jugueteando un poco, pretendiendo que se me había colado algo en el zapatito de tacón. Una piedrecilla invisible había entrado en el interior de mi calzado rojo, y me lo quité con la velocidad apropiada para que mi provocación guarde el sutil efecto de lo real. Entonces miré un poco hacia arriba, a la altura de las cabezas, tanto de la fila serpenteante, como de las bancas que se encontraban cercanas, y mi satisfacción fue premiada al darme cuenta que ya tenía muchas miradas que enfocaban su atención en mi “pobre y adolorido” pie. Un pie que aún bajo las mayas, coqueteaba con la concentración de varios hombres que cuidaban de no ser obvios, que temían que sus compañeras regañaran. No los conté, pues no necesitaba enumerar la energía que me basta con sentir. Sacudí el zapatito para desalojar mi piedrecilla inventada, y luego seguí tocando mi planta y mis dedos. Los acaricié unos momentos pero luego algo me hizo sentir que el juego había acabado. Me puse de nuevo mi zapato, pero mi corazón aún ...