1. Noche de pasión en Lisboa (VII): Amália recibe un anillo


    Fecha: 17/09/2017, Categorías: Gays Autor: alfredo1257, Fuente: CuentoRelatos

    El hombre está concentrado en su trabajo. Lleva una camisa fina. Ha remangado las mangas enrollándolas por encima del codo. A pesar del calor, debajo lleva una camiseta de asas. Solo los tontos de ciudad desnudarían el torso para ponerse a trabajar bajo este sol. Sabe que cuando moje con su sudor la camiseta, la evaporación de éste creará una corriente de aire por el interior de la camisa, que le refrescará mucho más que si estuviese desnudo. No está dispuesto a pasar tres días penando, a causa de las quemaduras. Por motivos parecidos, va cubierto con un sombrero de paja de ala generosa. No es físico. No entiende el mecanismo de la termodinámica. Es campesino y ese conocimiento le viene de serie. Con el sol no se juega, y menos en el mes de agosto. Se agacha, tomando un botijo y se echa al coleto un generoso trago de agua. Escupe en sus manos, y agarra la azuela.
    
    Con la pericia que da la práctica, va dando cortes precisos en la corteza del alcornoque, tajando justo hasta donde termina ésta. Trabaja con cuidado. Esta es la tercera extracción de corteza de éste árbol. Su padre hizo la primera. El corcho que está sacando ya es de la máxima calidad. Un material uniforme y prieto, prácticamente sin defectos. Sabe que no debe dañar al árbol. Hasta dentro de quince años este alcornoque no volverá a sufrir otro descortezado.
    
    Si se produjese una catástrofe y Europa se hundiese en el mar, Portugal quedaría flotando. Es el primer productor mundial de corcho. Han desarrollado una ...
    ... industria, en la que con él fabrican desde tapones hasta bolsos de señora. Y ésta es una parte de la mayor zona de producción.
    
    En ello estoy pensando, apoyado sobre otro alcornoque pendiente de descortezar, mientras veo sus evoluciones.
    
    Hace un par de horas que he llegado a la quinta. Les he visto trabajar desde la casa, y como es una labor que nunca había visto hacer, me he acercado a curiosear.
    
    Cuando me han visto llegar, la cuadrilla de trabajadores ha parado su trabajo. El que parece el capataz, se ha acercado a mí y mostrándome la palma de su mano derecha, sucia por el trabajo manual, ha girado la muñeca y cerrándola en un puño, me ha ofrecido el dorso para que se lo estreche, en un saludo respetuoso, al tiempo que me dice:
    
    - Bem vindo, Dom Alfredo (Bienvenido Don Alfredo).
    
    - Muito Obrigado, Dom…. (Muchas gracias, don…)
    
    - Alipio, a seu serviço, sou o capataz (Alipio, a su servicio, yo soy el capataz).
    
    - Muito pracer (Encantado).
    
    Uno a uno, me van saludando y presentándose los hombres de la cuadrilla, a los que no conozco de nada y estoy completamente seguro de que ellos jamás me han visto. Pero ellos sí saben quién soy yo. Observo en su pose que me tratan con respeto, pero sin servilismo. Si no fuese porque yo no tengo nada que ver con la finca, diría que se comportan conmigo como lo harían con el dueño. Es más, me tratan como se trata a un “hombre”. Como a un igual.
    
    Le pregunto al capataz como es que saben quién soy, si nunca nos hemos visto, y ...
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