El juego de Julen
Fecha: 23/01/2020,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos
... en mi cuarto poco después de cenar. Para dormir me ponía uno de esas blusas largas que mi tío me había regalado. Eran de seda natural, y todas me cubrían lo justo, tres pulgadas por debajo de la ingle. Debajo no me ponía nada; hubiera sido una afrenta. La suavidad y el frescor de la tela me extasiaban. La sensación de libertad era un puro deleite. No pocas veces, con el roce, hasta mis tiernos pezones se erizaban. Me quedaba recostada, leyendo novelas románticas hasta altas horas de la noche.
Por las mañanas me despertaba tarde; no me levantaba antes de las once. El baño estaba al otro extremo del pasillo y lo recorría impúdicamente. La blusa era tan ligera que al menor movimiento, o con una leve ráfaga de aire, se agitaba y flotaba como una ameba en el mar. Me hacía gracia y al mismo tiempo me excitaba la posibilidad de ser sorprendida. Pero la única sirvienta, la señora Cloe, una anciana laboriosa, no se aventuraba a subir hasta el segundo piso; mi tío, que dormía en el primero, tampoco. Le fatigaban las escaleras.
Con mi tío me reunía por las tardes, durante un par de horas. Nos sentábamos en el salón y jugábamos al bridge o al ajedrez, o hablábamos de asuntos cotidianos. A veces me contaba, a modo de relato, alguna de sus muchas aventuras. Todas eran demasiado alocadas como para ser ciertas; aunque algo de verdad seguro que había. Luego, cuando llegaba su enfermera personal, Berta, me dejaba y yo me iba a dar un paseo por el jardín o me quedaba a leer.
Desde el ...
... principio esa enfermera de origen alemán me había causado aprensión y desagrado. Nunca sonreía, ni decía palabras amables. Hablaba con frases cortas y bruscas, como si estuviera disgustada por algo. Además, tenía un cuerpo que intimidaba: alta y fornida. A mi lado, parecía un gigante. Todo en ella parecía excesivo: sus pechos, sus caderas, sus manos. Tampoco es que fuera fea o grotesca; no, sólo carecía de encantos. Además, resultaba anticuada con sus gafas de pasta gruesa y su pelo castaño recogido en un moño.
A veces pienso que la juzgaba con tanta dureza porque sentía celos. Me quitaba a mi tío todos los días, salvo el domingo, durante unas dos horas. Me relegaba a un segundo o tercero plano. Me hacía sentir como una chica que no servía para nada. A veces, confieso, la odiaba.
Por lo demás, mi vida era apacible y tranquila; incluso predecible. Pero un día caluroso de mediados de mes mi situación cambió radicalmente. Quise jugar con fuego y, aunque no me quemé, sí provoqué un incendio. Fue terrible y, al mismo tiempo maravilloso; un frenesí de emociones, descubrimientos, desafíos y engaños, que me dejaron una profunda huella.
Me encontraba aburrida en el salón biblioteca. Afuera no se podía salir pues el sol quemaba como un hierro candente. Tampoco me apetecía comenzar otra lectura y miraba distraída los tomos apilados. En lo alto de una estantería vi una gran carpeta verde, con bordes dorados, que me llamó la atención. Cogí la escalerilla de madera y subí los cinco ...