1. El juego de Julen


    Fecha: 23/01/2020, Categorías: Erotismo y Amor Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos

    ... otra vez en el centro, donde dejó posada su mano. Me volví a estremecer. Los azotes continuaron sin un orden previsible y sin que menguara su intensidad. Si quería que gritase, no lo iba a lograr. Estaba exhausta, tensa, inquieta, y ansiosa por saber cómo terminaría el juego.
    
    ―Supongo que ahora sí te ha dolido ―me dijo.
    
    ―Sí, mucho ―susurré con un tono de súplica. Relajé todo mi cuerpo, como si estuviera agotada y vencida.
    
    ―Pues entonces, tendré que compensarte de algún modo. ¿No crees?
    
    A continuación, sacó mi braga de un único tirón, y la dejó caer junto a mis tobillos. Me quedé helada, sin aire en los pulmones, sin voz. Imaginé lo que iba a suceder: sentiría unas leves caricias en mi sexo y luego su verga entraría hasta el fondo. Y lo más terrible era que, en el fondo, una parte de mí, lo deseaba fervientemente. Mi mente se había quedado en blanco, y mi voluntad estaba quebrada. Sólo me atreví a preguntar, a media voz, qué iba a hacer. Me contestó que tuviera calma y me dijo que me relajara. Intenté escurrirme, pero fue en vano.
    
    ―¡Adelante! ―mi tío alzó la voz―. Es toda tuya.
    
    La puerta del salón se abrió. Escuché unos pasos lentos, pesados, y el batir de una falda gruesa. Era Berta, la enfermera. No tenía la menor duda. Podía percibir su colonia barata, incluso el olor rancio del sudor acumulado en su ropa interior. Además, por su tamaño, proyectaba una gran sombra que se acercaba hacia mí. No me atrevía a girar la cabeza para mirarla. Tenía tanta vergüenza ...
    ... que quería enterrar la cara entre las maderas del escritorio. Lo peor es que empezaba a sentir sofocos; ardía de deseo por dentro.
    
    Mi tío me sujetó con sus dos manos. Tampoco era necesario; no pensaba moverme. Berta se agachó. Fue como si un oso se me arrimase por detrás. Creo que, con el miedo, mi sexo se apretó como una almeja. Sus manos regordetas y fuertes separaron mis nalgas. Sentí mucho frío, humedad, y una desagradable quemazón. Entonces una lengua gorda, ancha y fuerte, se deslizó entre mis labios. Quise retorcerme de placer, pero apenas logré agitarme. Me tenían bien sujeta entre los dos. Siguió lamiendo más adentro, sin prisas, con suavidad. Cerré con fuerza los puños y apreté la frente, y el pecho, contra la mesa. No pude contenerme por mucho más tiempo antes de soltar un tímido gemido. Aquello era demasiado para mí.
    
    ―No te reprimas, cariño ―me susurró mi tío―. ¡Déjate llevar!
    
    Así lo hice. Berta separó mis labios, y abrió mi sexo como una flor. Comenzó a masajearme con sus dedos, hundiéndolos en mi vagina. Se notaba que era una experta en el uso de sus manos. Volvió a lamer mi sexo; alcanzó mi clítoris con su lengua. Me estremecí entera, varias veces. Siguió masturbándome durante un tiempo que no sabría precisar. Pudieron ser varios minutos, o más de un cuarto de hora. Hasta que llegué a un profundo orgasmo. Mi tío me tapó la boca para que no gritara. Fue un final maravilloso.
    
    Berta se marchó sigilosamente, sin decir una sola palabra. Sólo entonces mi ...