-
Mi jefe, el pizzero
Fecha: 21/03/2020, Categorías: Gays Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues
... encimera, él siempre encontraba algo allí que necesitaba urgentemente y se arrimaba a mí para alcanzarlo, poniendo su paquete contra mi culo. Fue en una de estas que me di cuenta del paquete tan delicioso que tenía. Él lo tomaba todo de forma natural, sin hacer ningún comentario fuera de lugar y sin miradas furtivas que pudieran delatar cualquier tipo de interés sexual hacia su joven y nuevo empleado. Poco a poco todos esos roces inesperados fueron haciendo mella en mí. Lo cierto es que andaba muy necesitado, puesto que hacía cerca de un año que no tenía sexo con nadie… y acabé por tener serios problemas para ocultar mis erecciones en el restaurante. Llegó un momento en el que no hizo falta que él me rozara… tan sólo con ver los pelos de su pecho asomar por la camisa me ponía a cien. Cada vez que me apartaba delicadamente para pasar, ponía su mano en mi costado –bastante más abajo del costado- y notaba cómo apoyaba suavemente su paquete en mis nalgas, para luego soltarme rápidamente y seguir con lo que estaba haciendo. Cada vez que lo hacía me empalmaba. Solía dar alguna excusa para entrar al almacén a buscar manteles de papel o cualquier cosa para hacer tiempo y que se me calmara la excitación. Cada vez me parecía más atractivo: su forma de hablar sobre todo, cómo se dirigía a mí; su boca, su barbilla con hoyuelo, el pelo de su pecho, sus brazos fuertes (no sé si de amasar las pizzas), su paquete: abultado lo justo, lo suficiente como para marcar su hombría sin parecer ...
... que lo buscaba. Cuando ya pensaba que iba a tener que dejar el trabajo si la situación continuaba así, los acontecimientos dieron un giro inesperado. Era sábado, yo había entrado a trabajar más tarde porque no esperábamos mucha clientela debido a las fiestas del pueblo, y Carlo no necesitaba a tanta gente. Sobre las once y media comenzó a mandar a sus casas al resto de empleados: camareros, cocineros, etc. , ya que como habíamos previsto, no había a quién atender. Cuando yo estaba preparándome para irme también, Carlo me detuvo: -“Pedgo”, quédate tú a cerrar conmigo hoy, que quiego que aprendas por si alguna vez hace falta. Yo asentí algo fastidiado, no os lo negaré, ya que tenía intención de irme con mis amigos de fiesta en cuanto saliera de allí. Pero mi fastidio duró poco. Cuando ya sólo quedamos Carlo y yo, me explicó cómo se cerraba la puerta del local, que era vieja y se atascaba continuamente. Me mostró cómo se cerraba la cancela metálica y a correr todas las cortinas –el local estaba rodeado de grandes ventanales que era preferible mantener cerrados. Durante el proceso lo noté más raro de lo natural: demasiado atento a mí, hablándome muy fijamente, entre titubeos, claramente nervioso. Una vez acabamos, me fui tras la barra a recoger mis cosas: mi sudadera, mi móvil, todas mis pertenencias que solía dejar en un cajón bajo la encimera. Cuando quise darme cuenta, él estaba justo detrás. Me incorporé. -¿Tú estás a gusto, “Pedgo”? –me dijo, mirándome de arriba abajo. ...