Juerga en el bar
Fecha: 06/04/2020,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Buenas de nuevo, soy Fabio otra vez. Como ya os conté el otro día, en mis años de universidad me dedicaba a buscar la manera de meterla en caliente tantas veces como fuera posible. No es que no estudiara ni hiciese otras cosas, pero me gustan demasiado las mujeres y tienen un lugar prioritario en mis intereses.
Pero como decía, no siempre era así. A veces salía con idea de tener una velada tranquila, en algún bar, charlando con los amigos, y nada más. Pero incluso en esas ocasiones surgían oportunidades que simplemente no podían dejarse pasar.
Soy una persona que mucha gente define como “chula”. Yo no estoy muy de acuerdo, pero sí que soy orgulloso y me gustan mucho las situaciones que, aparte de lo bueno que puedan traer, refuerzan ese ego mío. Imagino que como a todos, ¿no? A todos nos gusta que una amiga nos diga que somos guapos, que la tenemos más grande que todas sus parejas anteriores, que somos muy fuertes, muy grandes… Vamos, creo yo que eso nos gusta a todos.
Sin embargo, en la lotería de la genética, no todos hemos salido igual de satisfechos. Hay algunos hombres que engordan por más que lo intenten evitar, que son bajitos, que se quedan calvos… No hay nada malo en esto, no es que seas peor persona ni dejes de merecer respeto… Pero claro, luego las mujeres eligen. Y eligen a gente como yo. A auténticos hijos de puta sin escrúpulos.
Y eso es un refuerzo tremendo para el ego y la autoestima, ya os lo digo.
Algo así me pasó cuando estaba en la ...
... universidad. Yo tendría unos 23 o 24 años, no recuerdo exactamente, y estaba tomándome unas cervezas como unos amigos. Éramos los típicos “machotes” que siempre buscan demostrarle a los demás lo duros que son. Cosas de la edad. Y aquella noche tocaba beber cerveza, así que la idea era demostrarnos unos a otros cuánta cerveza se era capaz de beber.
Llevábamos un buen ritmo, habían caído ya varias pintas. No sé si llevábamos cada uno tres litros de cerveza o más (seguramente más), pero la cuestión es que el resto del bar lo sabía. Todos estaban mirando de reojo a ese grupo de chavalotes que parecían no tener fondo. Porque claro, el alcohol no te hace más discreto ni más silencioso, la verdad.
Concretamente, llamamos la atención de un matrimonio de mediana edad que estaba sentado en la mesa contigua. Él era el típico hombre medio calvo, gordete y bonachón, y que viste de manera aburrida. A mí me recordó mucho al político ese de Cataluña. Iceta, creo que se llama. Y la mujer… Bueno, no sé a quién me recuerda, pero la impresión que me dio es que es la típica mujer que, ya en el umbral de los cuarenta, aún no se ha desprendido de muchas actitudes… juveniles, digamos. Por ser más claro, vestía con un rollo hippy, con una falda y botas altas, un corte de pelo moderno rematado con una rasta en la zona de la nuca y una pulsera de la bandera de la República. ¿Y que cómo sé que llamamos su atención? pues porque la tipa se nos acerca y nos dice, como medio asombrada:
—Madre mía chicos, ...