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Mosquita muerta
Fecha: 07/04/2020, Categorías: Gays Autor: XAVIA, Fuente: CuentoRelatos
... es quedarme corto. Sus labios, además, estaban hinchadísimos. Bastó con tocar suavemente su clítoris para que rugiera como una perra en celo en un extraño concierto de gruñidos y mugidos sofocados por la bola intrusa. Ni se te ocurra correrte, amenacé. Su respuesta fue repentina. Movió la cabeza negando, en rápidos gestos compulsivos que más que negar, me avisaban, hasta que se levantó de un salto para liberar su vagina de mi mano. Dobló el cuerpo hacia adelante, como si le doliera la barriga, juntando ambas piernas, cruzándolas, mientras densos flujos rodaban por ellas y gruesos goterones de saliva caían al suelo. La tomé del cabello, arrodillándola de nuevo. ¿Si te acaricio de nuevo podrás aguantar? Negó con la cabeza. ¿Si te follo podrás aguantar? Negó con mayor vehemencia. ¿Y si te follo el culo? Negó por tercera vez. Pues solamente me dejas una alternativa. La agarré del cabello obligándola a seguirme gateando, abrí la puerta del balcón y la dejé fuera, encerrada. No estábamos en un abril especialmente frío, pero a las 9 de la noche debía haber menos de 15 grados, así que estar casi desnuda a la intemperie tenía que bajarle la temperatura corporal por narices. Cuando una hora después abrí la puerta para que entrara, tenía la piel de gallina y salivaba intensamente, pero lo alucinante del juego fue reparar en la mancha de flujo que había dejado en la baldosa. Metí la mano entre sus piernas para medir la temperatura, pero aquello no había bajado lo más ...
... mínimo. Solamente su epidermis había perdido temperatura. Además, respiraba con cierta dificultad debido a la acumulación de saliva y a los incontrolables jadeos que la asolaban. Le acerqué la polla a la cara, para que chupara, pero la bola se lo impedía así que optó por frotarse contra ella con mejillas y labios, desesperada. Por un momento estuve tentado de quitársela y darle el gusto, darme el gusto, pero decidí acabar la función con el kit completo. La apoyé en el sofá, con las manos en la espalda, entrelazadas, y las rodillas en el suelo, tomé la fusta, se la mostré pasándosela por la cara, nuca, espalda y entre las nalgas, hasta que la levanté blandiéndola, para que zumbara en el espacio. ¿La oyes?, pregunté. Rugió asintiendo. Azoté el aire un par de veces más, sin tocarla, pero no por ello dejaba de gemir, hasta que sin avisarla impacté en su nalga derecha. Mugió, moviendo las caderas lateralmente. El segundo cayó en la izquierda. Rugió con más fuerza, comenzando a acelerar la respiración. Blandí un par de veces la fusta en el aire, impacientándola, hasta que la agredí de nuevo. Al séptimo azote perdió el control de sus caderas, que se movían espasmódicamente, mientras desconocidos sonidos guturales atravesaban la bola de plástico. Supe que no aguantaría muchos golpes más antes de correrse, así que posé la fusta entre sus labios vaginales, como si la montaran, a la vez que me agarraba la polla y apuntaba a su ano. A penas atravesé el anillo, las convulsiones ...