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Mosquita muerta
Fecha: 07/04/2020, Categorías: Gays Autor: XAVIA, Fuente: CuentoRelatos
... del músculo me avisaron que el orgasmo de mi perra era inminente. Córrete puta, ladré mientras mi pene la profanaba completamente. Inmediatamente, asistí al orgasmo más bestia, brutal, vehemente, descontroladamente intenso que había visto en mi vida. Lo recuerdo ruidoso, incluso, a pesar de la mordaza que la sometía. También me pareció extremadamente largo, pues no dejó de convulsionarse, de rugir, hasta que me corrí en su estómago y la descabalgué. Volví a su lado tendiéndole un vaso de agua, que deglutió ávida cuando le quité la bola. No tuvo fuerzas para levantarse pues las piernas aún le temblaron un rato, así que la dejé descansar mientras preparaba un poco de cena. *** La fusta y la bola dieron bastante juego unas semanas hasta que añadí un nuevo juguete. Inicialmente pensé en unas esposas, pero en un sex shop al que fui solo, hallé una especie de muñequera que le ataba las manos a la espalda. No me hacía falta atarla pues era obedientemente dócil en este sentido, pero la idea que se me había ocurrido sería más eficaz si la dejaba completamente inmovilizada. Tenía un viaje de trabajo de dos días a Valencia, en que pasaría una noche fuera, así que la invité a acompañarme. Tuvo que cogerse dos días de fiesta a cuenta de vacaciones, pues ninguno podíamos justificar que viniera conmigo, pero obedeció mi orden sumisa. Mayo había llegado anticipando el verano, así que la recogí delante de su casa vestida con la falda corta de piel y una blusa fina, ceñida ...
... a su cuerpo. No llevaba sujetador, tampoco tanga, pero sus pechos quedaban protegidos por el top morado que le había comprado hacía un par de meses. En la primera área de servicio en que paramos para desayunar, la hice bajar sin blusa, para captar las miradas envidiosas de viajantes, camioneros y ejecutivos. Al volver al coche, me vació los huevos en el aparcamiento, pero le prohibí tragarse mi lefa. Le coloqué la bola y arranqué. De esta guisa entramos en la capital del Turia hora y media después, colorada de piel, encharcada de sexo. Nos dirigimos directamente al hotel, tomé la habitación, subimos por la escalera del parking para que nadie la viera y la dejé en la habitación. Arrodillada en el suelo, sometida con la bola pringada y las manos atadas a la espalda. Después de la primera reunión, pasé a visitarla antes de salir a comer. No se había movido. La felicité por ello, pero la abandoné de nuevo, a pesar de las caninas muestras de efusividad que me profesó. Reaparecí a primera hora de la tarde. Temblaba. La acaricié tomándole la temperatura. Cerró las piernas en un gesto instintivo que entendí como ganas de orinar. Le pregunté si lo necesitaba a lo que me respondió afirmativamente meciendo la cabeza. Aguanta. Acabadas las dos visitas de la tarde aparecí de nuevo en la habitación. Parecía no haberse movido, pero ya no solamente le temblaban las piernas. Su cuerpo tiritaba y gemía en lamentos quejosos acompañados de regueros de lágrimas que surcaban sus ...