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Mosquita muerta
Fecha: 07/04/2020, Categorías: Gays Autor: XAVIA, Fuente: CuentoRelatos
... aprovechando que una abuela salía de él. La apoyé contra la pared, ordenándole soltarse otro botón para mostrármelos. Los amasé satisfecho. Tenían el tamaño idóneo y los pezones estaban bastante centrados, sobre todo debido a la excitación que, como confirmaría más adelante, los levantaba. Abre las piernas. Colé la mano encontrándome de nuevo con un panty de nylon. Clavé las uñas y lo rompí. Si no quieres que vuelva a hacerlo, ponte medias con goma en el muslo. Asintió suspirando. Aparté el tanga, empapado, para colar los dedos. Sus piernas se abrieron más y adelantó el pubis. En cuanto acaricié aquella charca, gimió intensamente. A escaso centímetros de mí, me pareció preciosa, jadeando con los ojos cerrados. Se lo dije. Creo que esbozó una sonrisa, pero la excitación le impidió dibujarla claramente. Sóbate las tetas. Sus gemidos aumentaron mientras su cabeza se levantaba como si buscara aire en la superficie. Estaba muy cerca de la meta, así que me detuve. -¿Te has corrido? –Negó suspirando. -¿Quieres correrte? –Sí, verbalizó suplicante. –Te correrás cuando lo merezcas o cuando yo lo considere oportuno. Y hoy aún no has hecho méritos para ello. Me aparté medio metro desabrochándome el pantalón. No tuve que ordenarlo. Se arrodilló en el suelo, engullendo mi falo en cuanto asomó orgulloso. María no era una gran felatriz. Lo comprobé la primera noche y lo confirmé en aquel portal, pero le ponía ganas, voluntad, aderezada por la excitación que la consumía. ...
... Así que opté por instruirla, marcándole la velocidad que a mí me gustaba, calmada, y ordenándole lamerme los huevos cada cierto tiempo. Hasta que la detuve de nuevo. Vámonos. No le permití abrocharse ningún botón al salir a la calle. No se veía nada de frente pero yo, que había vuelto a tomarla de la cintura, tenía una visión completa de su pecho derecho. Anduvimos un par de calles en las que nos cruzamos con poca gente, pero más de uno se dio cuenta del indecente escote y la miró con deleite. Hasta que llegamos a una parada de autobús donde acababa de detenerse uno, vaciándola. La apoyé contra la marquesina, separé las solapas de la blusa para desnudarlas, las sobé hasta ordenarle que sus manos sustituyeran a las mías, mientras mis dedos percutían de nuevo en su entrepierna. Ni suspiró ni gimió. Directamente comenzó un concierto de jadeos, profundos y musicales, que amenazaban con llevarla a la última parada en breve. Apuré tanto como creí oportuno, evitando su explosión, lo que provocó que se venciera hacia adelante apoyando su cabeza en mi hombro mientras protestaba con otro suspiro lastimero. -Estás caliente como una perra, -afirmé en su oído, mientras mis dedos acariciaban sus ingles y muslos, pero ya no su sexo. -¿Crees que mereces correrte? –No contestó, así que repetí la pregunta: -¿Has hecho méritos para correrte? –No, fue su dócil respuesta. -¿Qué tienes que hacer si quieres correrte? –Obedecer. -¿Harás lo que te ordene? –Sí. -¿Cualquier cosa? –Cualquier ...