Ya soy el puto del equipo (XIV)
Fecha: 25/09/2017,
Categorías:
Confesiones
Autor: janpaul, Fuente: CuentoRelatos
Un trío doble y la doble penetración.
Transcurrieron los días de El Romeral y regresaban todos felices, pero a la vez tristes, porque se lo habían pasado como monos en la selva. La verdad es que entre las fotos del día de llegada y las de cuatro días después, el color de todos ellos había cambiado mucho, no era un bronceado de playa, sino un moreno de sierra, de esos que ponen negro del todo ciertas partes más expuestas, como brazos, piernas y espaldas. Antes de salir, a la puerta de la casa quisieron hacerse una foto. Le pedí al vigilante que las hiciera con mi móvil. Pero algunos comenzaron a despojarse de su ropa y han salido como cuatro fotos con muchos desnudos y una quinta, todos desnudos y un montón de ropa al lado del grupo. Foto que el vigilante enmarcó muy bien para que se viera el montón de ropa.
Nos vestimos de nuevo con el short y algunos nos pusimos camiseta, otros la llevaban en su cintura para ponérsela al bajar, ya que el bus iba a dejarnos en la puerta de la universidad y nuestros familiares nos recogerían allí.
Paramos a mitad camino en un Área de servicio de la Autopista para merendar o tomar un refresco. Compramos cosas de regalo; yo le compre un osito de peluche a mi taita para que adorne su dormitorio. Y le dije a Abelardo que eligiera algo para su madre:
— ¿Cuándo veré yo a mi mamá?
— Cuando la veas se lo das, —le respondí.
Le compró otro osito de peluche.
La segunda parte de la ruta veníamos muy en silencio cansados y algunos ...
... incluso durmiendo. Cuando llegamos a las puertas de la Universidad, en la misma avenida, allí estaba lleno de coches y los papás y hermanos de todos esperando. Abrazos y besos. Allí estaba también mi taita con su taxi preparado, al lado de mi taita estaba la mamá de Abelardo. Ambas nos dieron sendos y fuertes besos a Abelardo y a mí. Sacamos de la bolsa los osos de peluche y cada uno le dio el suyo, Abelardo a su mamá y yo a mi taita, acompañando de besos. Estaban felices las dos mujeres con el obsequio. Con ser insignificante, agradecieron que nos acordáramos de ellas. Abelardo iba a decir que era yo y le pellizqué en la nalga fuerte.
— No sé por qué pensábamos que estaríais juntas y se nos ocurrió lo mismo para las dos, —dije y me quedé muy ancho.
— Tenía ganas de verte, hijo, y de saber cómo lo habías pasado, pero veo que estas muy bien y muy brillante, —dijo la mamá de Abelardo.
— Es que como hacía buen sol, para no quemarnos a cada rato estábamos poniéndonos a cualquier hora protector solar todos, por eso es que estamos muy brillantes y morenazos, —respondió Abelardo.
Subimos al taxi y acompañamos a la mamá de Abelardo a su casa. Al despedirse Abelardo de su madre, ambos hicieron brotar de sus ojos unas lágrimas:
— Si hablas alguna vez con papá, dile que ya le he perdonado y que no se preocupe que estoy bien.
Yo vi por la ventana al papá de Abelardo y me pareció que también lloraba de no poder abrazar a su hijo, pero cada uno tiene su historia, la tiene que ...