Risueña
Fecha: 13/05/2020,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: jaygatsby, Fuente: CuentoRelatos
... ciudad.
-¿Nos volveremos a follar? –preguntó él
La carcajada de ella resonó en toda la habitación mientras sonaba el golpe seco de la puerta al cerrarse. Quizás, en el fondo, el avatar no era porque sí.
Seguía tumbado en el sofá sabedor de que aquella noche sería larga. Un gin-tonic cargado sustituía a la cena con velas que tenía lugar en otro punto de la ciudad. La compañía de los recuerdos y las palabras serían su manjar. Mientras seguía con la lectura su mano empezaba a acariciar su sexo por encima de los pantalones negros, bien planchados.
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La tranquila llama de las velas proporcionaba la única iluminación a la mesa donde cenabas. Mesa de comedor de casa, preparada para la ocasión. Habías decidido cambiar las camas de alquiler por horas, que tan bien conocías, por una mesa de diseño minimalista en una casa con ventanales cara el mar. Demasiada luz iluminaba el paseo para poder distinguir las estrellas que flotaban en el firmamento. Conocía lo que te gustaba para cenar. Te habías preocupado en hacérselo saber.
Sí, os habíais vuelto a follar. Muchas, muchísimas veces. Demasiadas incluso. Lo habías llegado a pensar a menudo, mientras el autobús te llevaba a los lugares de encuentro, siempre alejados de miradas ajenas, protegidos por cuatro paredes y una puerta que escondiera vuestra desnudez y ahogara vuestros gemidos. Pronto te acostumbraste a presentarte ante él con faldas cortas y una blusa con los suficientes botones ...
... desabrochados para que pudiera pasar la mano por el escote tan solo verte. En invierno las medias, nunca pantys, te hacían pasar frío, te sentías desnuda. A veces en el autobús, sentada, lo habías pasado mal delante la mirada de algunos hombres. Sabías que observaban tu regazo, que intentaban adivinar, bajo la falda, el color de las bragas que llevabas. Tenías miedo a que la falda se subiera lo suficiente para mostrar el espacio de muslo que quedaba al descubierto entre el final de la media y la ropa interior. Aquel espacio de carne que sabías que el reseguiría con sus dedos tan solo entrases en la habitación. A medida que te acercabas al lugar de la cita notabas como aumentaba la humedad de tu sexo hasta el punto de vestir siempre faldas oscuras, desde los primeros encuentros, por el miedo a mancharla con tus flujos mientras estabas sentada en el autobús.
Cuando llegabas él siempre estaba ya en la estancia. En los lugares donde las habitaciones no tenían sistema de cierre automático no te hacía falta llamar. Entrabas directamente, sabiendo que la puerta estaría abierta y él justo al otro lado, de pie, esperando. En los otros, un simple golpe en la puerta con los nudillos servía para que te abriera en el acto. Sabías que en el mismo momento en que la puerta volviera a encajar en el marco detrás de ti, notarías como su mano ascendía bajo tu falda para, con sus dedos, retirar aquella maravilla de bragas que te habías colocado al salir de casa y con la cita en la mente. Aquella ...