Risueña
Fecha: 13/05/2020,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: jaygatsby, Fuente: CuentoRelatos
... maravillosa ropa interior a la que él nunca hacía caso. Notarías como un dedo entraba en ti comprobando tu excitación. Lo tenía fácil. El dedo resbalaba y se introducía fácilmente por tu lubricación. Las primeras veces habías bajado la cabeza avergonzada. Con el tiempo viste la sonrisa en su rostro en el momento en que lo hacía. Él nunca se había dejado tocar mientras estabais así, junto a la puerta, de pie. Las primeras veces que os encontrasteis lo habías intentado hacer y él te había retirado la mano. Quería tu placer, que nunca tardaba demasiado en llegar, en forma de orgasmo incontrolable y donde él te acababa sujetando para no caer al suelo. Tan solo entonces te besaba desaforadamente, con su lengua resiguiendo cada rincón de tus dientes, de tu boca, paladeando el sabor de tus labios.
Minutos, horas, días enteros en habitaciones de alquiler. Cada día un espacio de tiempo distinto. A veces no había hecho falta ni tan solo habitación. Siempre hay algún lugar discretos para los amantes. Y siempre llegabas sabiendo que él estaría esperándote. Conociste lavabos de restaurantes, probadores de centros comerciales, ascensores y algún portal de escalera decorosa e importante de Barcelona. Aquellos escalones que bajaban al pozo del ascensor o a las antiguas carboneras estabas convencida que habían sido pensados para amantes con prisas. Menos de cinco minutos, con su dedo en tu interior eran suficientes para desear ir después a cualquier lugar que propusiera y donde le ...
... darías todo tu cuerpo para ser usado. Después, en todos los casos, sabías que hablaríais de la vida, del trabajo o de vuestros respectivos hijos, de las horas donde no estabais juntos y de cómo las llenabais. En esto nunca había prisa. Os habías acostumbrado a hablar de todo, a reír de todo. Igual tumbados en las camas, en los días donde el reloj podía ir pasando horas como en los días donde tan solo teníais quince minutos arrancado al horario rutinario del día a día disfrutabais de la conversación, acompañada a menudos de sonrisas.
Habías llegado a la casa. Llamaste a la puerta y tuviste que esperar un rato que te abriera. Llevabas pantalones y en el autobús nadie bajó la mirada hacia tu regazo. Te notabas seca por dentro y esa sensación hizo que esbozaras una pequeña sonrisa. Hoy nadie te manosearía tan solo entrar. Sabías que no tendrías esa mirada a menudo desvergonzada, a veces tierna, ni esos ojos que te desnudaron el primer día. Estabas convencida de ver, en sus pupilas, tu cuerpo desnudo cuando te miraba. Ahora, en medio de la cena, observabas la mecha de la vela pensando en el día en que él te azotó las nalgas, por primera vez, mientras se introducía en tu interior desde atrás, contigo a cuatro patas y con las rodillas ancladas en los pies de la cama. No te quejaste. No sabías el porque pero no lo hiciste. O el día en que con su corbata te ató las manos en la espalda impidiéndote tocar su cuerpo. En ese momento recordaste que aún llevabas en el bolso aquel pequeño ...