1. Una historia de amor filial


    Fecha: 16/06/2020, Categorías: Incesto Autor: barquidas, Fuente: RelatosEróticos

    ... vía rápida de arrancárselo a tirones, partiendo en dos la unión entre ambas copas. Seguidamente tomó entre sus manos la “tranca” de carne, enhiesta y dura cual barra de hierro. Se la llevó a su “cueva” y se empaló en ella de una sola sentada, se la introdujo de golpe hasta que las gónadas del hombre se estrellaron entre sus glúteos y el final de su vagina y empezó a cabalgar a Santos cual posesa. “Galopaba” sobre la “tranca”, subía y bajaba encima de ella, con adláteres movimientos en elipse, girando más de lado que adelante y atrás, sobre el punto de sustentación que era el miembro masculino. Elena estaba desmelenada, gritando mucho más que gimiendo y lanzando más bien aullidos o alaridos que gritos.
    
    Daniel miraba como hipnotizado el cuerpo de su madre, toda aquella generosidad de redondeces, de carnes tibias, insinuantes, prometedoras de las más altas cimas de la sensualidad. Aquellos senos más grandes que pequeños pero del perfecto tamaño para deleitarse al máximo hundiendo en ellos los dedos, acariciarlos con las manos, besarlos, lamerlos, morderlos… Y qué decir de esos pezones, oscuros en medio de unas aureolas también oscuras pero bastante menos que el pezón, grandes como pequeños y redondos guijarros de río, duros, enhiestos… Que a gritos pedían ser lamidos, chupados, mordidos… Tal y como entonces hacía el Santos, el indecente del Santos.
    
    Se sentía sucio, asqueroso, pervertido y degenerado por desear el cuerpo de su madre como entonces lo estaba deseando. ...
    ... Daría media vida por estar en ese momento en el lugar del Santos, en la piel del Santos. Se odiaba a sí mismo más que nunca por esos deseos contra natura, esos deseos incestuosos… Pero el deseo era más fuerte que él, era incontrolable, invencible.
    
    Realmente, esa era la primera vez que apreciaba el cuerpo materno en toda su gloriosa esplendidez, pues cuando la vez anterior lo viera, a sus cuatro años, su mente no podía apreciar lo maravilloso de la visión. Desde luego que de entonces le venía la obsesión por el cuerpo de Elena, pero el recuerdo de lo que aquella tarde viera permanecía en su memoria como algo difuso, por lo que hasta ahora ese cuerpo debía imaginarlo, pero desde esa tarde no tenía que imaginarlo pues allí lo tenía en toda su divina realidad. El cuerpo de una Diosa mitológica, de una Venus viviente; una Venus de Fidias pero con piel suave y cálida…
    
    Como un zombi Daniel bajó su mano hasta la hebilla del cinturón. La soltó y desabrochó el botón del pantalón; bajó la cremallera y tras ella pantalones y calzoncillo hasta la rodilla; y su virilidad, libre del encierro, saltó briosa, exultante, erguida, dura y firme cual columna de cemento… Y gruesa, muy gruesa, con venas y glande ahítas/ahíto de sangre. De inmediato su mano salió al encuentra de la barra de carne firme y dura y empezó el baile del onanismo: Adelante, atrás; adelante, atrás; adelante, atrás… Y así “ad infinitum”.
    
    Su mano no tenía contemplación alguna con aquella “barra” que de entre sus piernas ...
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