El interrogatorio
Fecha: 02/10/2017,
Categorías:
Incesto
Autor: Lib99, Fuente: CuentoRelatos
... su curvilínea voluptuosidad. Con esa vestimenta, la directora desprendía una imagen de reprimida sensualidad, de estricta gobernanta a punto de verse desbordada por su volcánica libido.
En la pantalla vio como la musculada guardiana sacaba la mano del calzoncillo del preso, liberando la presión de sus huevos; alivio expresado en la profunda inspiración con la que trató de recuperar el resuello.
–Bien –dijo Berta–. Volvamos a empezar. Pero como pareces un chico callado te aplicaré un incentivo.
Se aproximó a la mesa donde aguardaban diferentes objetos poco tranquilizadores y cogió una pinza metálica, de tamaño similar a las de tender la ropa pero de aspecto menos anodino. Regresó donde su prisionero y la cerró sobre uno de sus pezones. Él tensó su cuerpo y contuvo un quejido.
–¡Vaya! –Exclamó ella divertida–. No parece que te disguste. ¿Probamos con más?
Sin aguardar respuesta colocó una segunda pinza en el otro pezón, logrando similar respuesta por parte de Toni: un gesto de dolor pero ninguna declaración. Continuó con más pinzas, descendiendo por los laterales del abdomen hasta alcanzar el pubis, de modo que, al finalizar, dos líneas de brillantes tenacillas pinzaban la enrojecida piel del hombre, a quien el dolor punzante le provocaba abundante salivación.
–¿Y bien, bonito? ¿No tienes nada que decirme? Te advierto que ya no estás en la calle, donde te protegía algún padrino con placa. Aquí no vas a poder hacer negocio bajo nuestras narices manteniéndonos ...
... al margen.
Tras unos segundos durante los cuales el preso se limitó a devolverle la mirada en silencio, Berta lanzó un pequeño golpe con la mano contra la pinza de uno de los pezones, logrando una repentina contracción del cuerpo del hombre, acompañada de un grito apenas contenido. Fue repitiendo la operación con el resto de las pinzas, con fuerza creciente, de modo que alguna de ellas saltaba de súbito con metálico chasquido.
Toni intentaba alejarse de las manos de su torturadora, curvándose hacia atrás, pero sólo lograba tensar más la presa que mordía sus muñecas.
La sucesión de punzadas en su piel, transformada en una especie de corriente eléctrica, logró una segunda reacción: el creciente bulto en sus calzoncillos delataba una evidente erección.
–¡Lo sabía! –Exclamó Berta triunfal– Eres un auténtico cerdo, ¿eh?
Tras arrancarle la prenda agarró el pene endurecido y comenzó a masturbarlo, hasta notar la excitada respiración del hombre. Lo soltó, entonces, y le lanzó un fuerte manotazo, y sólo la cadena que lo apresaba evitó que Toni se doblara sobre sí mismo, emitiendo un gemido difícil de interpretar: si de sufrimiento o de placer.
Sintiéndose arder, Sara introdujo su mano dentro de la blusa y comenzó a acariciarse unos senos apenas contenidos por el constreñido sujetador, mientras su otra mano palpaba bajo la falda la braga ya humedecida.
–Berta –habló al micrófono disimulando su agitada respiración–, parece que el recluso no se muestra colaborador. ...