1. EN UN MUNDO SALVAJE (2)


    Fecha: 02/08/2020, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    ... que vertiginosa, más que incansable, rugiendo él cual león herido, aullando ella en atronadores alaridos de placer bestial, salvaje; absoluta, enteramente animal, pues para entonces eran sólo eso, dos animales, dos bestias salvajes. simples macho y hembra en el apogeo de su sexual celo Él la sostenía por las nalgas, arrimándosela a todo arrimar, y ella ceñía la masculina cintura con sus piernas como jamás ciñera la de su marido, pidiéndole más, y más y muchísimo más, al tiempo que sus caderas se movían adelante, atrás, adelante, atrás, al mismo ritmo frenético a que él la penetraba, en afinada concordancia de la válvula receptora con el émbolo penetrador. Apenas llegó al segundo, tercer, tal vez cuarto envite, que Ana disfrutó de la mejor corrida de su vida, la madre de todas las corridas, el padre de todos los orgasmos, que fluía exuberante de lo más recóndito de su femenino organismo a inundar su grutita de los Cuarenta Mil Placeres, que entonces regalaba a su amado hijito, su monumental macho, su excelso garañón, que la montaba como sólo él sabía hacerlo; como sólo él podría nunca hacerlo. Pero es que tampoco fue el único del que disfrutó, sino que, cuando, al fin, Yago descargó en ella aquella riada de su germen de vida ella llevaba disfrutados, al menos, cuatro orgasmos, si no fueron cinco, a cual más bestial. Pero tampoco ahí se quedo la cosa, pues por finales, su relación de aquella noche homérica fue toda una ininterrumpida maratón de orgasmos sucesivos cuya meta no ...
    ... llegaba nunca, extendiéndose, placenteros, en un tiempo inacabable Pero es que no fue ella sola la que disfrutó de sucesivos orgasmos, sino que también él, Yago, tuvo los suyos a lo largo de la noche, con algo así como dos, puede que tres, “sin sacarla”, como suele decirse, que el mocer era de buena pasta, que de “casta le venía al galgo”, pues “menúa” leona estaba hecha su señora madre Era ya tardísimo, con la madrugada bien avanzada y tras seis, puede que más horas, de “darle a la vara” sin tregua ni cuartel, cuando Yago, sin pizca ya de energías, desfondado, despanzurrado, sin ya poder ni con el pelo, cayó desplomado, como toro apuntillado, a plomo, sobre el desnudo cuerpo de su madre, que, aplastada bajo aquél peso, le hizo hacia un lado, hasta lograr que quedara tendido en la cama, boca arriba, roncando como un demonio con ella boqueando a base de bien, empeñada en recuperar resuello, pulso y demás, siendo entonces, cuando Ana volvió en sí misma, a su ser de mujer, diluyéndose etéreamente la “fiera corrúpea” que hasta entonces poseyera su cuerpo. Y fue en tal momento, con su mente racional clara, libre del opresivo influjo de una libido que el ser bestial de su hijo trocó en salvajemente demencial, que Ana captó en toda su amplitud lo que acababa de hacer. Así, de inmediato, su ánima se embargó de dolosa culpa por el hecho en sí y su mente llena de su querido Juan, de su imagen dolorosa, un Juan hundido, humillado, pues ese sentimiento doloso tenía mucho, pero mucho que ...
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