1. EN UN MUNDO SALVAJE (2)


    Fecha: 02/08/2020, Categorías: Incesto Autor: Anónimo, Fuente: SexoSinTabues

    ... ver, con la consciencia de la infidelidad que, intrínsecamente, lo hecho entrañaba, precisamente, por el fastuoso placer que había disfrutado Respirar un tanto normalmente le llevó dos, tres o cuatro suspiros, que fue lo que transcurrió desde que su hijo cayera sobre ella, cual toro apuntillado, hasta que saltó disparada de la cama, ansiosa por encontrar a su marido pero, de todas formas, volvió sus ojos hacia su hijo, que dormía plácidamente, en viva imagen de la felicidad más absoluta. Y su ser de madre reaccionó ante esa visión, llenándola de duce satisfacción; se inclinó sobre él y depositó un dulce beso en sus labios, un beso de madre, teñido de agradecimiento de hembra satisfecha, bien servida, al macho que fue su buen, fiel, servidor. Luego salió de casa, desnuda y descalza, tal y como estaba, en busca de su Juan. Ana, tan pronto salió de la casa, echó un vistazo a lo lejos, hacia donde sabía estaría su Juan, pero no le vio; empezó a andar, playa adelante, hacia donde quedaran en verse tras la “tormenta”, con el alma en vilo, deseando verle, pero temiendo hacerlo. ¡Con qué cara le miraría…qué le diría! Tragó saliva y un hondo suspiro se le escapó del pecho. Siguió avanzando metros y metros, decenas y decenas, superando ya, con creces, los cien metros, sin encontrar ni rastro de él; como si la tierra lo hubiera tragado. Y su nerviosismo, su desazón, comenzó a hacerse profunda preocupación, con el corazón asentado en su garganta. Mil temores la asaltaban, por cuenta de ...
    ... lo que acababa de hacer, temiendo que su marido hubiera hecho algo irreparable “¡Dios mío, Dios mío! ¡No; eso no; por piedad te lo ruego, te lo suplico, Señor y Dios mío!”…“Dios mío, Dios mío, que no haya pasado nada de eso” decía y repetía su mente ya casi desquiciada, pues la casa había desaparecido tras ella y también atrás quedó el lugar donde esa mañana le encontrara y donde quedaran para esa madrugada. Y de Juan, ni rastro Llevaría andando un buen rato, cincuenta minutos o más, cuatro kilómetros, más o menos, cuando el corazón se le ensanchó, el alma se le liberó, al divisarle a lo lejos, como siempre, sentado ante el mar, la espalda recostada en el tronco de una palmera. Y corrió hacia él. Corrió con toda su alma deseando fervientemente estar junto a él; abrazarle, besarle…amarle hasta ya no poder dar más de sí misma, hasta su total, completa, absoluta, extenuación. Se llegó hasta él… Deseaba besarle, acariciarle, decirle “Ya estoy aquí, mi amor; contigo. Por fin, vine a ti, para hacerte feliz; inmensamente feliz, inmensamente dichoso. Que es lo que importa, lo único que debe importarnos”… Pero no pudo, pues cuando le vio, cuando estuvo junto a él, sentada a su vera, se quedó más horrorizada que otra cosa. Se dijo: “¡Qué he hecho, Señor! ¡Qué le he hecho, Dios mío, qué le he hecho!” Porque Juan no es que estuviera mal, es que estaba destrozado, destruido. No parecía él. Por la tarde, cuando fue a cenar a casa, era la viva imagen del dolor, de la derrota más negra, pero ...
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