1. Hanna Müller


    Fecha: 01/10/2020, Categorías: Hetero Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... Cristo, en los treinta y tres años, y resultó ser un hombre bastante tímido y hasta un tanto retraído. No era guapo en absoluto ni especialmente simpático, al menos de buenas a primeras, pero sí resultaba con un aquél bastante especial. Como la generalidad de los norteamericanos era bastante ingenuo… Otro “niño grande”, en definitiva, pero de una ingenuidad que casi caía en candidez. Ni mucho menos era culto, pues de saber leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir no pasaba, y aún eso a duras penas, pues si se ponía a escribir seguro que metería faltas de ortografía a porrillo, amén de que leyendo era un auténtico desastre, pero sí que era tremendamente cortés hasta casi hacerse gentil… En fin, que a Hanna le cayó que mejor no pudo ser.
    
    Pero sucedió que las visitas de Jim al “Moonlight” precisamente no menudeaban, sino que se espaciaban a través de semanas. Dos, a veces hasta tres. El sargento entraba en el local como temeroso de hacerse notar; se dirigía a una mesa solitaria y lo más apartada, lo más en penumbra posible y solitario se sentaba. Le servían lo que pedía, invariablemente wiski, y sorbito a sorbito, procurando que le durara lo indecible, se lo iba bebiendo. Enseguida buscaba a Hanna con la mirada y desde que la localizaba ya en todo el rato que allí estaba ni un solo minuto la perdía de vista, mirándola insistentemente.
    
    Ella, siempre con sus ojos avizor, le localizaba tan pronto entraba y ya tampoco le perdía de vista, aunque el bueno de Jim ...
    ... de esa atención que en la bella despertaba no se “coscaba” ni por casualidad, convencido siempre de que para ella él era algo así como invisible, tal y como desde siempre le ocurriera con todas las mujeres. Pero Hanna no se perdía ripio de las miraditas que él le dedicaba, pues si la generalidad de clientes del local solía mirarla con ojos de corderito degollado, las miradas que Jim le dirigía eran de corderito degollado cuando aún su madre no acababa de destetarle; vamos, corderito que apenas si llegaba a lechal. Ella se reía para sí misma cosa mala con aquellas miradas de tan rendido embeleso, pero aguantaba sin acercarse a él, en tanto que él, Jim, ni por equivocación se permitiría nunca acercarse a ella, así muriera de ganas de estar con ella.
    
    Por fin, Hanna concedía a Jim la gracia de su presencia y compañía, acercándose con dos vasos de whisky a la mesa que él ocupaba para a continuación sentarse con él sin pedir antes su anuencia. Entonces le reprendía, pero enteramente en broma, por más que le pusiera cara de magistrado del Tribunal de Nüremberg juzgando a un jerarca nazi
    
    Jim enrojecía hasta las orejas cuando Hanna le espetaba así, disculpándose con lo de que su sueldo de sargento apenas si le permitía más, pues cada velada en el “Moonlight” le salía por un ojo de la cara. Y verdad era el aserto, que pasar la mayoría de las tardes-noches en esos bares o clubs no estaba al alcance de cualquiera. También cierto era que muchos, pero muchos, compañeros de Jim, con ...
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