1. Hanna Müller


    Fecha: 01/10/2020, Categorías: Hetero Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... haberes legales bastante más bajos que los del sargento, pues eran en su infinita mayoría simples cabos y soldados, se pasaban allí la inmensa mayoría de las tardes y noches, pero es que pocos eran los efectivos aliados, americanos particularmente, que no “mercachiflearan” por el mercado negro de aquella Alemania, aquél Berlín particularmente, de fines de los 40, donde todo, absolutamente todo, se compraba y se vendía.
    
    Simplemente, una sola ración diaria del soldado americano cubriría holgadamente las raciones de una familia alemana de la época, con tres o cuatro miembros, por tres, cuatro e incluso más días. Luego los excedentes que tales raciones les proporcionaban, sólo en chocolate y cigarrillos, puestos en el mercado negro representaban mucho, pero que mucho dinero. Pero si un soldado americano invertía en productos adquiridos a precio irrisorio en el economato militar norteamericano, desde todo tipo de comestibles y chucherías, chocolate, caramelos, chicles, etc. hasta medias de seda, lencería íntima femenina o genuino perfume francés, el famoso “Chanel nº 5” incluido, puesto todo eso en el mercado negro, multiplicaba su sueldo al menos por cinco, cuando no hasta por diez.
    
    Pero el bueno de Jim pensaba que eso era comerciar con el hambre, la miseria que azotaba a toda la población alemana; que tal cosa resultaba ser casi un crimen. Y eso, esa primitiva honradez del sargento, a prueba de bombas, le llegaba al alma a Hanna, hasta hacérsele entrañable el americano Jim ...
    ... Clayton. Más adelante supo el gran secreto del sargento americano, el quid de su gran timidez: Temía más que otra cosa a las mujeres. Su porte más bien desgarbado, su casi absoluta falta de todo tipo de atractivo físico, desde su más temprana mocedad, le habían granjeado las chanzas, las burlas más acerbas por parte de las féminas, lo mismo las de los catorce-quince años cuando él, más o menos, andaba por tal edad, como de las bellas de dieciocho, veinte y veintitantos años, pocos o menos pocos más; y, en especial, por parte de las de mejor ver, que hay que ver cómo se pasaban con él tales bellezones.
    
    Eso, como es natural, movía más y más en su favor lo entrañable con que Hanna veía a Jim Clayton. En absoluto se le escapaba la atracción que en él ella causaba, una bella mezcla de amor trufado de deseo, porque lo propio es que, si se ama a una persona, se la desee sexualmente, como el cénit materializado de tal amor; de tal enamoramiento. Lo sabía, sabía cómo él la deseaba, pero eso no la molestaba; muy al contrario le agradaba, le gustaba incluso. Se sentía querida, amada en esas inflamadas miradas que él le dirigía cuando creía que ella ni se enteraba; con esos ojos de corderito lechal, apenas destetado y ya degollado… ¡Eran tan distintas a las que en general le dirigían allí, en el “Moonlight”; ojos que la desnudaban con la mirada, esas miradas colmadas de lujuria, de impúdico deseo sexual puro y duro. Lo que en él veía era distinto… Muy, muy distinto… Era pasión, desde ...
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