1. Hanna Müller


    Fecha: 01/10/2020, Categorías: Hetero Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... luego, pero también amor, cariño… Veneración hasta aproximarse a la deísta adoración… No por ello a ella la motivaba sentimiento amoroso alguno hacia él, que bien claro tenía que en absoluto le amaba; en forma alguna, como hombre, la atraía… Ella era de su marido, de su Herman Müller, estuviera donde estuviese… De él y de nadie más, pues a nadie más amaría nunca, muriera él o no muriera, pero no por ello dejaba de sentirse halagada, a gusto y cómoda con la veneración con que él la distinguía
    
    Las visitas de Jim Clayton al “Moonlight” fueron menudeando hasta el punto de hacerse prácticamente diarias. Podría decirse que el sargento USA acabó por constituirse, si no en el mejor cliente del local, sí en el más seguro y asiduo. Como siempre, Hanna, continuamente avizor de quién entraba, apenas asomaba la “gaita”, lo “guipaba” e ir a su mesa a servirle era todo uno. Ya no iba a él con dos vasos, pues no permitía que la invitara; ni tan siquiera que Jim tomara más de dos wiskis, pues tampoco quería que se desperrillara (Gastar el dinero. En tiempos, al dinero en España se le llamaba “las perras”, por las monedas de cinco y diez céntimos de peseta, que el vulgo llamaba “perra chica” y “perra gorda, respectivamente) por pasar algún rato que otro con ella.
    
    Incluso, más de una vez y más de dos, decía a Hilde, la encargada del local o “alter ego” del dueño, la misma chica que, tras el mostrador, que era donde habitualmente estaba, le hablara el primer día que llegó a trabajar, ...
    ... ahora excelentes amigas, que hiciera la vista gorda y no fichara la copa de Jim. Hilde, a regañadientes, hacía lo que su amiga le pedía, aunque remachándole que por ahí acabaría mal; sin trabajo… Que había que deslindar muy bien el trabajo de la vida privada, por lo que si el americano le hacía “tilín”, se dedicara a él en sus horas libres, y no en las de trabajo.
    
    Así, Hanna se sentaba con Jim a su mesa, hablando con él, manteniendo confidencias y demás sin consumir nada ni dejarle a él tomar más de una consumición. Eso, mientras no sentía, clavada en su nuca, la hostil mirada de su jefe, el dueño del local, que se subía por las paredes cuando veía a Hanna, según él, “pelando la pava” con aquél sargento americano al que ya casi odiaba por entretenerle así a su fámula (sirvienta; destaco así el poco respeto que el fulano tenía por sus empleadas) y, para más “INRI”, casi que “por la cara”, es decir, sin gastar un marco, no ya un dólar.
    
    En tales casos Hanna, de inmediato, abandonaba a Jim, diciéndole que no tenía más remedio que trabajar, pero tan pronto constataba que el amo no estaba pendiente de ella volvía a las andadas de sus charlas e, incluso, medio devaneos, con el americano Jim Clayton, aunque, eso sí, bajo la severa mirada, por desaprobatoria, de su “jefa” y amiga Hilde.
    
    1948 se fue deslizando, cayendo, cual hojas otoñales, las del calendario, mes tras mes; así llegó la última noche de tal año, la de San Silvestre, Fin de Año o 31 de Diciembre, tras cuya noche ...
«12...141516...»