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En la biblioteca pública
Fecha: 22/12/2020, Categorías: Gays Autor: Pidroso, Fuente: SexoSinTabues
Como cada Jueves Pedro estaba en la parada esperando el bus que lo llevaría al centro de su ciudad. Se había quedado recientemente en el paro, y para él, que siempre había sido un adicto al trabajo, le suponía tener por fin todo el tiempo del mundo a su entera disposición. Estaba orgulloso de haber sido capaz de dejar el curro y de nada sirvieron los chantajes emocionales de su jefe… “Yo me lo pensaría mejor, con cuarenta y seis años ¿quien crees que te va a contratar?” le había dicho en una ocasión, y eso solo había provocado en él mayores ganas de salir de allí pitando. Como era una persona inquieta no se dejó caer en la apatía y decidió que los dos años que tenía de prestación de desempleo los dedicaría a leer, escuchar música, ver películas y a formarse en algunas de las materias que siempre le habían interesado pero que por el stress del trabajo nunca había podido mas que tocar ligeramente. Era cierto que ya tenía cuarenta y seis años, ¿y qué?, aún tenía cuarenta y seis y tenía muchas cosas que hacer. La vida era para disfrutarla y por él no iba a quedar lo de hacer realidad la máxima de vivir cada día como si fuese el último, que algún día sería verdad… pero que le quitasen lo bailado! Medía un metro setenta y cinco y pesaba bastante más de lo que debería, casi treinta quilos más de su peso ideal. Era regordete, muy peludo en pecho, brazos, piernas, espalda y culo. Un oso en toda regla; se cachondeaba de ello a veces con los colegas diciendo que físicamente era ...
... descendiente directo del eslabón perdido entre simio y homo sapiens. No practicaba ningún deporte más allá de un par o tres de sesiones semanales en el gimnasio, nada agotadoras y caminar bastante. Caminar le gustaba especialmente, si se ponía sus cascos con cualquier tipo de música era capaz de caminar tres o cuatro horas seguidas y disfrutarlo. Si bien por todo su cuerpo tenía excedente de pelo no era así en su cabeza, donde unas profundas entradas y una calva en su coronilla hacía que se rapase al cero cada quince o veinte días. Para no parecer un melón se afeitaba dejándose una perilla alrededor de sus carnosos labios. Sus ojos eran marrones y no llamaban especialmente la atención, además usaba gafas desde los doce años, lo que en conjunto hacían que tuviese una cara de intelectualillo. Alguna vez lo habían confundido con un presentador conocido en la Televisión Española ya fallecido, Constantino Romero, y en un par de ocasiones le habían abordado con la intención de que les firmase algún ejemplar novelesco del escritor Carlos Ruíz Zafón, con el que tuvo que admitir que el parecido era mayor que con el presentador televisivo. Cada semana acudía dos o tres días a una biblioteca pública de su ciudad para, además de devolver y recoger algún libro de astrofísica, escribir algún cuento en su portátil o plasmar en ensayos sus impresiones sobre temas de actualidad. No era su intención publicarlos, simplemente lo hacía para su propia lectura, y ciertamente lo disfrutaba. Ese Jueves ...